martes, 10 de noviembre de 2009

RAQUEL OSBORNE: APUNTES SOBRE VIOLENCIA DE GÉNERO





















REVISTA INTERNACIONAL DE SOCIOLOGÍA


vol. 6 Nº 2 (2011)
[es]
Raquel OSBORNE. Apuntes sobre violencia de género. Edicions Bellaterra, Barcelona, 2009. 187 páginas
535-540
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Isabel Jiménez Carrasco






Índice




Introducción, 11



1. La violencia de los modelos de género, 17
Introducción, 17. Marco conceptual, 18. Ámbito internacional, 23. Cuestión de terminología, 27. La historia comienza con el feminismo, 32. Divergencias entre las violencias de mujeres y varones, 35. La diferente socialización de género, 41. El poder del amor, 44. Resumen, 48

2. La violencia sexual como forma de control de las mujeres, 53
Introducción, 53. La violencia sexual y el control de las mujeres, 56. Causas estructurales de las agresiones sexuales, 64. Propiedad, sexualidad, violencia, 69. El sistema penal, o la ley del embudo, 76. Resumen, 80

3. Los malos tratos: un problema estructural, 83
Introducción, 83. La ampliación de las cifras de la violencia: Las Macroencuestas, 90. La amalgama de sexismo y maltrato, 95. Violencias perpretadas por mujeres, 100. La primacía del enfoque de género, 105. Familia y roles de género, 107. El ciclo de la violencia, 111. La Ley Integral, 114. La “excesiva” judicialización del problema, 116. La denuncia obligatoria, 118. Intervención desde el sistema sanitario, 123. Los tratamientos terapéuticos, 128. Resumen, 133.

4. El acoso sexual como indicador patriarcal, 137
Introducción, 137. El cruce entre trabajo, sexualidad y género, 141. Rasgos del acoso sexual, 145. Estrategias ante el acoso, 153. Resumen, 158

5. Mujeres, guerra y violencia de género, 161
Introducción, 161. ¿Son las mujeres pacifistas? Del sufragio al ecofeminismo, 164. La participación de las mujeres en las guerras, 168. Las “otras” en la guerra: la importancia militar de la violencia patriarcal, 176. La tolerancia hacia las agresiones bélico-sexistas, 179. Resumen, 184










OSBORNE, Raquel, Apuntes sobre violencia de género, Barcelona, Bellaterra, 2009, ISBN: 978-84-7290-465-1, 187 pp.




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domingo, 8 de noviembre de 2009

GABRIELA MISTRAL: POESÍAS

YO NO TENGO SOLEDAD

Es la noche desamparo
de las sierras hasta el mar.
Pero yo, la que te mece,
¡yo no tengo soledad!

Es el cielo desamparo
si la luna cae al mar.
Pero yo, la que te estrecha,
¡yo no tengo soledad!

Es el mundo desamparo
y la carne triste va.
Pero yo, la que te oprime,
¡yo no tengo soledad!

(p: 162)

MIEDO

Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.
Se hunde volando en el cielo
y no baja hasta mi estera;
en el alero hace nido
y mis manos no la peinan.
Yo no quiero que a mi niña
golondrina me la vuelvan.

Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
Con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y cuando llegue la noche
a mi lado no se acuesta…
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.

Y menos quiero que un día
me la vayan a hacer reina.
La pondrían en un trono
a donde mis pies no llegan.
Cuando viniese la noche
yo no podría mecerla…
¡Yo no quiero que a mi niña
me la vayan a hacer reina!


(p: 262-263)

PROMESA A LAS ESTRELLAS

Ojitos de las estrellas
abiertos en un oscuro
terciopelo: de lo alto
¿me veis puro?

Ojitos de las estrellas,
prendidos en el sereno
cielo, decid: desde arriba,
¿me veis bueno?

Ojitos de las estrellas,
de pestañitas inquietas,
¿por qué sois azules, rojos
y violetas?

Ojitos de la pupila
Curiosa y trasnochadora,
¿por qué os borra con sus rosas
la aurora?

Ojitos, salpicaduras
de lágrimas o rocío,
cuando tembláis, allá arriba,
¿es de frío?

Ojitos de las estrellas,
fijo en una y otra os juro
que me habéis de mirar siempre,
siempre puro.

(p: 326)


LA DICHOSA

A Paulina Brook

Nos tenemos por la gracia
de haberlo dejado todo;
ahora vivimos libres
del tiempo de ojos celosos;
y a la luz le parecemos
algodón del mismo copo.

El Universo trocamos
por un muro y un coloquio.
País tuvimos y gentes
y unos pesados tesoros,
y todo lo dio el amor
loco y ebrio de despojo.

Quiso el amor soledades
como el lobo silencioso.
Se vino a cavar su casa
en el valle más angosto
y la huella le seguimos
sin demandarle retorno…

Para ser cabal y justa
como es en la copa el sorbo,
y no robarle el instante,
y no malgastarle el soplo,
me perdí en la casa tuya
como la espada en el forro.

Nos sobran todas las cosas
que teníamos por gozos:
por labrantíos, las costas,
las anchuras dunas de hinojos.
El asombro del amor
acabó con los asombros.

Nuestra dicha se parece
al panal que cela su oro;
pesa en el pecho la miel
de su peso capitoso,
y ligera voy, o grave,
y me sé y me desconozco.

Ya ni recuerdo cómo era
cuando viví con los otros.
Quemé toda mi memoria
como hogar menesteroso.
Los tejados de mi aldea
si vuelvo, no los conozco,
y el hermano de mis leches
no me conoce tampoco.

Y no quiero que me hallen
donde me escondí de todos;
antes hallen en el hielo
el rastro huido del oso.
El muro es negro de tiempo
el liquen del umbral, sordo,
y se cansa quien nos llame
por el nombre de nosotros.

Atravesaré de muerta
el patio de hongos morosos.
Él me cargará en sus brazos
en chopo talado y mondo.
Yo miraré todavía
el remate de sus hombros.
La aldea que no me vio
me verá cruzar sin rostro,
y solo me tendrá el polvo
volador, que no es esposo.

(p: 612)




MUJER DE PRISIONERO

A Victoria Kent


Yo tengo en esa hoguera de ladrillos,
yo tengo al hombre mío prisionero.
Por corredores de filos amargos
y en esta luz sesgada de murciélago,
tanteando como el buzo por la gruta,
voy caminando hasta que me lo encuentro,
en los anillos de su befa envuelto.

Me lo han dejado, como a barco roto,
con anclas de metal en los pies tiernos;
le han esquilado como a la vicuña
su gloria azafranada de cabellos.
Pero su Ángel-Custodio anda la celda
y si nunca lo ven es que están ciegos.
Entró con él al hoyo de cisterna;
tomó los grillos como obedeciendo;
se alzó a coger el vestido de cobra,
y se quedó sin el aire del cielo.

El Ángel gira moliendo y moliendo
la harina densa del más denso sueño;
le borra el mar de zarcos oleajes,
le sumerge una casa y un viñedo,
y le esconde mi ardor de carne en llamas,
y su esencia, y el nombre, que dieron.

En la celda, las olas de bochorno
y frío, de los dos, yo me las siento,
y trueque y turno que hacen y deshacen
se queja y queja los dos prisioneros
¡y su guardián nocturno ni ve ni oye
que dos espaldas son y dos lamentos!

Al rematar el pobre día nuestro,
hace el Ángel dormir al prisionero,
dando y lloviendo olvido imponderable
a puñados de noche y de silencio.
Y yo desde mi casa que lo gime
hasta la suya, que es dedal ardiendo,
como quien no conoce otro camino,
de lanzadera viva voy y vengo,
y al fin se abren los muros y me dejan
pasar al hierro, la brea, el cemento…


En lo oscuro, mi amor que come moho
y telarañas, cuando es que yo llego,
entero ríe a lo blanquidorado;
a mi piel, a mi fruta y a mi cesto.
El canasto de frutas a hurtadillas
Destapo, y uva a uva se lo entrego;
la sidra se la doy pausadamente,
porque el sorbo no mate a mi sediento,
y al moverse le siguen –pajarillos
de perdición- sus grillos cenicientos.

Vuestro hermano vivía con vosotros
hasta el día de cielo y umbral negro;
pero es hermano vuestro, mientras sea
la sal aguda y el agraz acedo,
hermano con su cifra y sin su cifra,
y libre o tanteando en su agujero,
y es bueno, sí, que hablemos de él, sentados
o caminando, y en vela o durmiendo,
si lo hemos de contar como fábula
cuando nos haga responder su Dueño.

Cuando rueda la nieve los tejados
o a sus espaldas cae el aguacero,
mi calor con su hielo se pelea
en el pecho de mi hombre friolento:
él ríe, ríe a mi nombre y mi rostro
y al cesto ardiendo con que lo festejo,
¡y puedo, calentando sus rodillas,
contar como David todos sus huesos!

Pero por más que le allegue mi hálito
y le funda su sangre pecho a pecho,
¡cómo con brazo arqueado de cuna
yo rompo cedro y pizarra de techos,
si en dos mil días los hombres sellaron
este panal cuya cera de infierno
más arde más, que aceites y resinas,
y que la pez, y arde mudo y sin tiempo!


(p: 630-633)




MUERTE DEL MAR

A Doris Dana


Se murió el Mar una noche,
de una orilla a la otra orilla;
se arrugó, se recogió,
como manto que retiran.

Igual que albatros beodo
y que la alimaña huida,
hasta el último horizonte
con diez oleajes corría.

Y cuando el mundo robado
volvió a ver la luz del día,
él era un cuerno cascado
que al grito no respondía.

Los pescadores bajamos
a la costa envilecida,
arrugada y vuelta como
la vulpeja consumida.

El silencio era tan grande
que los pechos oprimía,
y la costa se sobraba
como la campana herida.

Donde él bramaba, hostigado
del Dios que lo combatía,
y replicaba a su Dios
con saltos de ciervo en ira,

y donde mozos y mozas
se daban bocas salinas
y en trenza de oro danzaban
solo el ruedo de la vida,

quedaron las madreperlas
y las caracolas lívidas
y las medusas vaciadas
de su amor y de sí mismas.

Quedaban dunas-fantasmas
más viudas que la ceniza,
mirando fijas la cuenca
de su cuerpo de alegrías.

Y la niebla, manoseando
plumazones consumidas,
y tanteando albatros muerto,
rondaba como la Antígona.

Mirada huérfana echaban
acantilados y rías
al cancelado horizonte
que su amor no devolvía.

Y aunque el mar nunca fue nuestro
como cordera tundida,
las mujeres cada noche
por hijo se lo mecían.

Y aunque al sueño él volease
el pulpo y la pesadilla,
y al umbral de nuestras casas
los ahogados escupía,

de no oírle y de no verle
lentamente se moría,
y en nuestras mejillas áridas
sangre y ardor se sumían.

Con tal de verlo saltar
con su alzada de novilla,
jadeando y levantando
medusas y praderías,

con tal de que nos batiese
con sus pechugas salinas,
y nos subiesen las olas
aspadas de maravillas,

pagaríamos rescate
como las tribus vencidas
y daríamos las casas,
y los hijos y las hijas.

Nos jadean los alientos
como al ahogado en mina
y el himno y el peán mueren
sobre nuestras bocas mismas.

Pescadores de ojos fijos
le llamamos todavía,
y lloramos abrazados
a las barcas ofendidas.

Y meciéndolas, meciéndolas,
tal como él se les mecía,
mascamos algas quemadas
vueltos a la lejanía,
o mordemos nuestras manos
igual que esclavos escitas.

Y cogidos de las manos,
cuando la noche es venida,
aullamos viejos y niños
como unas almas perdidas:

“¡Talassa, viejo Talassa,
verdes espaldas huidas,
si fuimos abandonados
llámanos a donde existas,

y si estás muerto, que sople
el viento color de Erinna
y nos tome y nos arroje
sobre otra costa bendita,
para contarle los golfos
y morir sobre sus islas.”

(P: 646-650)

MISTRAL, Gabriela, Poesías completas, Madrid, Aguilar, 1962, 836 pp., págs.: 162, 262-263, 326, 612, 630-633 y 646-650.