Nikos Dimou, La desgracia de ser
griego, Barcelona, Anagrama, 2012.
"Pues
bien, al escribir sobre la desgracia, he escrito también sobre la felicidad." "Sobre la
felicidad de la desgracia de ser griego."
El libro de Nikos Dimou que acaba de publicarse en
la Editorial
Anagrama, traducido por Vicente Fernández González, fue
editado por primera vez en Atenas en el año 1975. La forma en que está escrito, 193 aforismos, divididos en seis capítulos y un Post Scríptum para la edición
de 2012, es excelente porque sus aforismos no se presentan de forma inapelable
y rotunda, sino, como dice el mismo autor, "dardo - pausa - dardo.
Insinuaciones y reflexiones."
Muy bien trabados entre sí, acercan fácilmente al lector a la firme argumentación
subyacente.
Lo que más me ha llamado la atención de este libro
es el año en que fue escrito: 1975. En Julio de 1974 Grecia acaba con la Dictadura de los
Coroneles mientras los españoles estábamos bajo el franquismo que acabó con la
muerte del dictador en noviembre de ese mismo año. Grecia entró en 1981 en la Unión Europea mientras
España lo hizo en 1986. Si 1975 fue un año en el que Grecia gozaba de nuevo de
democracia, los españoles en diciembre nos preguntábamos qué iba a suceder
después. Por esta razón, en el aforismo 127 cuando Dimou dice que "Grecia
tiene la peor seguridad social, el mayor número de accidentes de tráfico y el
sistema educativo más pobre" (127) y espera que algún país como Portugal
le desmienta en algo, sin necesidad de tirar de estadísticas es seguro que
España estaba peor que Grecia, con la
añadidura de no tener ni libertad ni derechos. Por ello, al releerlo, he
intentado ponerme en el lugar de un español de la misma época y comparar nuestra
situación con la Grecia
que describe Dimou. Lo que me lleva a advertir que este texto no pretende ser
una crítica literaria sino una aportación al debate que el autor quiere
suscitar .
Empiezo con una confesión: hay algo que me resulta
espinoso al leer este libro hoy, en 2012: aceptar las generalizaciones que el
autor hace del "alma" o del "espíritu griego". Esta
concepción, que aparece con Herder y la recoge Nietzsche, fue criticada por
filósofos como Dilthey y considerada, más tarde, como deudora del psicologismo.
Sin embargo, ya en el siglo XX y entre los antropólogos aparece la idea de
"cultura" muy ligada a la de "identidad", concepto que
luego va a utilizar nuestro autor. La cuestión es que el concepto de cultura
puede considerarse como esencialista, es decir, monolítico, sin fisuras, o
puede abrirse a posibles interacciones con otras culturas y aparecer como algo
fluido, cambiante (Geertz), al igual que el de identidad, concepción por la que
me inclino. Y es precisamente en la década de los 80 cuando aparecerán las
tensiones entre estas dos visiones de cultura e identidad. Por ello el libro no
puede tener en cuenta este debate debido a su fecha de publicación.
Sin embargo, aceptemos las dicotomías que Dimou
plantea entre las figuras de Alejandro Magno y el personaje central del teatro
de sombras: Caraguiosis. Considero que son figuraciones más que arquetipos.
Según el autor, el griego actual siempre escogerá al primero. Alejandro Magno,
hijo de Filipo II de Macedonia y que tuvo a Aristóteles como preceptor, parece
que admiraba tanto a la Atenas
clásica que estaba seguro de que si la conquistaba, y con ella al resto de
Grecia, llevaría a su apogeo una civilización que estaba hecha a la medida del
hombre. La polis no era el Imperio y
la lucha que libraron los atenienses contra Alejandro y otros invasores
contribuyó a destrozarla. Pero, siguiendo con las comparaciones, gran parte de
nuestra generación del 98, sobre todo Unamuno y Ortega, analizaron la obra de
Cervantes centrándose en las figuras de Don Quijote y Sancho. No sé si podría
servir esta comparación para acercarnos a la de Dimou. Don Quijote no era
Alejandro, pero seguramente Sancho podría ser el equivalente a Caraguiosis.
Alejandro fue el creador de un imperio pero tenía una concepción de su Imperio
tan "idealista" (si podemos utilizar esta expresión) como Don Quijote
de la vida y Unamuno de la
España posterior a la pérdida de las últimas colonias. La
diferencia residiría, creo, en que si el griego actual, según dice el autor, tuviera
que escoger, se decantaría por una figura de su propia historia. En cambio,
para los jóvenes españoles de 1975 ninguna de las dos figuras les resultaba
atrayente, porque en ese momento formaban parte de un pasado siniestro del que
huían pensando que el futuro forzosamente tendría que ser mejor. Es decir, si
aceptamos lo que el autor dice, los griegos están más vinculados a su historia
que los españoles lo estaban entonces a la nuestra. No me atrevo a afirmar que
hayamos cambiado excesivamente de actitud. Considero, en cambio, que esto tiene
mucho que ver con la "identidad griega" que Dimou va a cuestionar.
Entrando ya en el corazón de la obra, el autor
parte de una definición de felicidad cuando menos discutible: el estado por el
que la realidad coincide con nuestros deseos. Y un poco más adelante, habla del
"estado de equilibrio que llamamos felicidad."(8) Lo cierto es que
para muchos filósofos y otros que no lo son, la felicidad, cuando existe, no es
un estado de equilibrio, es un estado en el que la emoción está presente y la
emoción, como su nombre indica, implica movimiento. Sin embargo, lo que sí es
cierto es que "el ser humano es un animal trágico." (16) "Cuanto
más humano es alguien tanto más desea y demanda, tanto mayor es la brecha. Y si
es héroe, lucha y perece. Y si es artista, intenta llenar la brecha con formas."(17)
Una definición de felicidad que al final va a matizar.
El elemento que sobresale en todos los comentarios
que he podido leer sobre este libro se refiere a la "clarividencia" de
Dimou cuando afirma que ya, en aquel momento, los griegos viven por encima de
sus posibilidades (32), considerando esto como un rasgo del carácter nacional.
Y ello sin estar aún en la U.E.,
sin las ayudas de esta, varios años antes de aquellos Juegos Olímpicos que
parece que fueron el comienzo de todas las "burbujas". Estimo que si
nos quedamos solo con esta idea, no habremos entendido el pensamiento del
autor. Dice Dimou que "cualquier pueblo que descendiera de los antiguos
griegos, sería automáticamente desgraciado. A menos que pudiera olvidarlos o
superarlos."(49) Esta es para mí la idea fundamental de la que se deriva
todo lo demás. ¿Podemos hacernos idea los españoles, los italianos, los
alemanes, hasta los franceses que se enorgullecen (aunque cada vez menos) de la Ilustración, la Revolución francesa y la Declaración de los
Derechos del Hombre, de esa herencia tan admirable y, a la vez, tan pesada? Esa
sí es una característica de ese pueblo, que no creo que ningún otro tenga.
"Es horrible no sólo no poder superar, sino no poder siquiera comprender las obras de tu padre." (54) El
autor divide a los griegos actuales en tres categorías: los conscientes, los
que han sentido el peso de su herencia y les abruma; los semiconscientes que
solo saben "de oídas", que conocen la perfección de sus antepasados y
les halaga cuando se les habla de ella pero sienten desasosiego porque no los
comprenden del todo y no pueden emularlos. Por último, los inconscientes, los
que más se parecen a los personajes del teatro de sombras y que conocen a los
antiguos gracias a los mitos y las leyendas populares. "Esas
personas...son las que crearon la tradición y el arte popular. Las únicas que
han vivido sin la angustia de la herencia."(56) Esa herencia constituye
para el autor una de las raíces de lo que llama el Complejo Nacional de Inferioridad
de los griegos. Si embargo, no veo en el autor una referencia explícita al
hecho de que esta magnífica herencia se forjara interpretando e integrando las múltiples influencias orientales que
absorbieron para construir una cultura "diferente"
a todas las demás. Seguramente sin ellas la cultura griega no sería la que
conocemos.
La segunda raíz
tiene relación con los ¿otros? "europeos". Cree que los griegos no se
sienten europeos, se perciben siempre "fuera". El autor mismo se
pregunta hasta qué punto lo son. De Europa solo les llegaron "escasos ecos
de los grandes movimientos culturales" que crearon la civilización
contemporánea, y entre ellos cita: la Escolástica medieval, el Renacimiento, la Reforma, la Ilustración y la Revolución Industrial.
(62) Bien, si a eso vamos, nuestro país lo único que tuvo fue lo peor de la Escolástica; nuestro
Renacimiento empezó llamándose plateresco, una amalgama de elementos góticos y
algunos rasgos importados (el Greco, cretense, fue el mejor de nuestros pintores y se encargaron obras de
italianos o de autores formados en Italia) y terminó con el siglo XVII, que fue
llamado de Oro, pero que ya no era Renacimiento.
Aquí nos llegó la
Contrarreforma y su esbirro, la Inquisición. De la Ilustración poco
supimos porque los que sabían algo fueron ejecutados y de la Revolución Industrial......¿qué
decir? Sin embargo, a los españoles no nos preocupó esto cuando "nos"
metieron en Europa; más bien consideramos que era natural. Aquello de que
"Europa acaba en los Pirineos" nos ofendía. Posiblemente hoy la
percepción haya cambiado desde la entrada del euro y sobre todo a causa de la
crisis que nos azota y en la que a Europa le traemos al pairo. Por lo tanto, pienso
que esa segunda raíz, si existe entre los griegos, existe igual entre los
españoles, portugueses y algunos pueblos más.
Ya he hablado antes de la evolución del concepto
de cultura y de identidad. Habría que añadir que este último concepto se forma
al mismo tiempo que el concepto de Nación. Pues bien, me parece demasiado
tajante decir que los griegos son un pueblo sin identidad y que esto les hace
sentirse fuera de "los otros europeos." "Si la trayectoria de la Nación hubiera sido normal,
tal vez no tendríamos hoy problemas de identidad."(72) ¿Qué nación entre las
europeas ha tenido una trayectoria "normal"? Tanto Italia como
Alemania se constituyeron como nación en 1870 y 1871 respectivamente. Francia,
después de estar dividida en el siglo XVI por las guerras de religión, fue
ocupada por los alemanes en el siglo XX. Este mismo siglo estuvo dominado en
Europa por dos Guerras Mundiales; durante la Segunda, Alemania ocupó una serie de países,
entre ellos la misma Grecia. España, de la que tanto se ha escrito que fue la
primera en constituirse en nación a fines del siglo XV, entró luego en una
etapa de luchas sucesorias hasta que, gracias a la explotación de las Indias
Occidentales, tomó el mando como emperador Carlos I, quien también lo era de
Alemania. No hay ninguna normalidad en la trayectoria de estas naciones. Y, en
cuanto a los problemas de identidad, si hoy preguntáramos a españoles de a pie
qué tienen en común con el resto de sus compatriotas, nos llevaríamos un gran
chasco con las respuestas. Creo que ni las vicisitudes de las naciones ni las
invasiones que hayan sufrido pueden ser determinantes para formar o no parte de
algo que, en su comienzo, parecía prometedor, pero que no se ha realizado: la
idea de una Europa unida.
Es más, los españoles no tenemos ni hemos tenido
nada parecido a lo que Dimou llama, con una bella metáfora, la "sal de la grecidad"(78)
cuando dice temer que los griegos la lleguen a perder.
Esa "sal" no sólo proyectó e hizo posible la "polis" sino
que, además, un griego del siglo IV a.C., Zenón de Citio, introdujo la noción
del cosmopolitismo: el sabio debe ser ciudadano del mundo. Es decir, no le daba
tanta importancia a la identidad de los pueblos sino a ser solidarios e iguales
a todos los seres humanos. Creo que esto forma parte también de esa "sal".
Sobre los aforismos que se refieren a las
instituciones, opino que se podrían aplicar a España con pocos cambios. Por
ejemplo, cuando dice de la educación griega que se fundó en un principio que
era "peor que nada". "Era una contradictio in terminis: la civilización greco-cristiana. Dos
nociones que se repelen mutuamente en un mismo adjetivo."(123) Estoy plenamente
de acuerdo con esta idea, aunque sabemos que hay sectores en Europa que dan al
cristianismo incluso más valor que a la herencia griega. En España, si nos
trasladamos a 1975, la educación tenía poco en cuenta todo lo que no fuera el
catolicismo y la idea de "España como unidad de destino en lo
universal"(¡!). En cambio, no puedo estar de acuerdo con las reflexiones
que dedica a las mujeres. "En tanto que el hombre griego tiene que luchar
para liberarse de sí mismo, la mujer griega tiene que combatir para liberarse
del hombre griego. Después llegará el momento de la lucha consigo misma."(148)
Me doy cuenta de que en aquella época las únicas "europeas" que luchaban
por sus derechos (no contra los hombres) eran unas pocas francesas e italianas.
Pero la lucha no puede ser individual, ni dividida. Las mujeres y los hombres
tendrán que luchar juntos contra la estructura patriarcal de la sociedad y de
la religión griegas, lo mismo que en los demás paises "europeos".
Ahora bien, la clave del libro está en el Epílogo.
"Porque tal vez la verdadera felicidad para los griegos no resida en el
equilibrio estático (tan precario, por otra parte) entre oferta y demanda, sino
en la dialéctica agonística de la vida."(171) Es decir, la brecha entre el
deseo y la realidad está ahí y no se puede obviar. Y "todos aspiramos a la
felicidad. Pero si alguna vez los seres humanos llegaran a reconciliarse
plenamente con la realidad, el espíritu griego -el espíritu trágico, el
espíritu agonístico- se habría perdido."(174 )
"Reconciliación con la realidad significa
superación (momentánea), o ignorancia de la realidad. Modorra y olvido. Sin
embargo siempre hay límites. Implacables."(175) El límite estaría en la
muerte. Pero los griegos han adorado "durante tres mil años la vida. Desde
Homero hasta Elitis."(177) "Ninguna religión ha podido
reconciliarlos con la muerte....Sólo el ´´ahora``
tiene el valor de ´´siempre``." (179) "La consumación de la tragedia
griega: amar la vida más de lo soportable."(180) "El pesimismo griego
nace de la afirmación excesiva de la vida y no de su negación. De la
incapacidad de reconciliarse con la finitud de la vida."(181) Continuando
con la acertada metáfora de Dimou, la "sal de la grecidad" estaría ya
en otro griego del siglo IV a. C., Epicuro: "La muerte es una quimera,
pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no."
"¿Encontrará alguna vez esta gente su rostro?
O acaso sea la contradicción su verdadero rostro." (184) Pienso que,
efectivamente, la identidad, el rostro, es siempre contradictorio. Si no, como
dice el autor, nos convertiríamos en máscaras. Y aquí introduce la visión de la
luz, firmemente unida a la de vida. "El rostro de Grecia....Pues tal vez
fuera imposible contemplarlo completo. Te ofuscaría la luz. La ´´luz angelical
y negra``." (185)
"La luz griega. Bocanada de aire y arma letal."(186) "Todo
sombra áspera y luz esta tierra."(187) No he visto más acertada y
conmovedora descripción de "lo griego" que la que Nikos Dimou nos
propone aquí.
Si en un futuro se pudiera replantear la cuestión
de los cimientos de otra "Europa" que la que sufrimos en este
momento, Dimou sería un buen guía para trazar el camino. Pero yo también temo,
como el autor, que los pensamientos que va desgrananando en una cadena de
aforismos internamente enlazados entre sí, "las personas serias los
encuentren frívolos y las más frívolas, serios". Con el lema délfico que
el autor cita de "Conócete a tí mismo", Dimou quiere ayudar a sus
compatriotas a ser mas racionales que emocionales. Ahora bien, no debemos
olvidar que él también es griego y que
en su amor declarado por Grecia y por llegar a la verdad, sus argumentos pueden
volverse en su contra y favorecer el desarrollo de sofismas que no están en la
intención del autor. Es un riesgo, pero cualquier libro que abra un debate tan
crucial como éste tiene que asumirlo.
Asunción Oliva Portolés. Diciembre 2012