domingo, 28 de diciembre de 2008

ETELVINA ASTRADA: LIBRO DEL MAL AMOR

V

Con un ojo onírico
miro más allá de los espacios oscuros,
velada cima del sueño evanescente
donde reposa mi corazón vulnerable.
Oculta morada la nostalgia,
desdichada memoria nuestras vidas,
anchurosa alma en el destino sesgado.


XXI

Volar,
siempre volar
hasta el fondo más oscuro
donde florece toda estrella.
Aparejada un ala tuya y una mía,
remos sin orillas
en la velada de la noche,
tránsito del amor,
huella germinal
revelada en la cima.


………………..

ASTRADA, Etelvina, Libro del mal amor, Madrid, Endymión, 1989, ISBN: 84.7731-026-2, 36 pp., págs.: 11, 27.


jueves, 18 de diciembre de 2008

BERTRAND RUSSELL: ¿TIENE EL HOMBRE FUTURO?

Aunque las naciones puedan ponerse de acuerdo para eliminar de los arsenales del mundo las armas nucleares y otras armas de destrucción masiva nunca podría destruirse el conocimiento que permite producir dichas armas. Estas constituyen, por tanto, una amenaza potencial que siempre ha de cernirse sobre la humanidad. En cualquier guerra importante que pudiera producirse en el futuro, cada estado beligerante no sólo se sentiría libre para emprender la fabricación inmediata de armas nucleares, sino que estaría obligado a hacerlo, porque en una situación de guerra ningún Estado podrá estar seguro de que el adversario no esté produciendo dichas armas. Estimamos que en tales circunstancias una potencia industrial de primer orden necesitaría menos de un año para empezar a acumular armas atómicas. A partir de ese momento, el único impedimento para su utilización serían los acuerdos contra la misma concluidos en tiempos de paz. Sin embargo, el poder decisivo de las armas nucleares haría casi irresistible la tentación de utilizarlas, sobre todo por parte de los líderes que se enfrentasen con la eventualidad de una derrota. Por tanto, parece probable que en toda guerra futura de grandes proporciones se utilizarían armas atómicas, con las terribles consecuencias que ello supone.
Se dice a veces que aún sería posible emprender guerras localizadas, con objetivos limitados, sin que se produjeran consecuencias catastróficas. Sin embargo, la historia muestra que el riesgo de que los conflictos locales degeneren en guerras de envergadura es demasiado grande como para que sea posible correrlo en la era de las armas de destrucción masiva. Por tanto, la humanidad debe abordar la tarea de abolir todas las guerras, incluidas las locales.

RUSSELL, Bertrand, ¿Tiene el hombre futuro?, Barcelona, Bruguera, 1982, ISBN: 84-02-08809-0, 167 pp., págs.: 76-77.

domingo, 14 de diciembre de 2008

CONCHA LAGOS: CANCIONES DESDE LA BARCA

Todo se lo lleva el agua
y qué lejos ya del puerto
las canciones y la barca.
…………………….

Tuve que subir, subir.
¡Qué por alto estaba ya!
Por la orilla iba la pena.
Tuve que bajar, bajar.
Por la orilla, sin consuelo,
mirando el agua llorar.

………………

Canción de lo imposible

Es como si el puente un día,
cansado de ver el agua,
cansado de ver el cielo
en el fondo de su calma,
se fuera por los caminos
y a ser puente renunciara.

………………

Yo no sé por qué camino
caminaron los que dicen
que encontraron su destino.
Puede que la suerte mía
sea descubrir solamente
los que no tienen salida.

…………………….

LAGOS, Concha, Canciones desde la barca, Madrid, Editora Nacional, 1962, 175 pp., págs.: 31-41-47-71.

CHANTAL MAILLARD: HILOS

Primero, el quién.
Luego viene el cuándo.
Peor el cuándo. O no es peor,
es peligroso.
El quién se ajusta con el cuándo
y el temor sobreviene.
El temor a perder.
A perderse. Si al menos
uno pudiese entonces agarrarse
a otras manos,
pero otras igualmente
se agarran a un quien
complicado en un cuando,
cada cual albergándose. Así

que mejor olvidar.
Acariciar al gato.
De bruces. A su altura.
Disminuirse.




MAILLARD, Chantal, Hilos, Barcelona, Tusquets, 2007, ISBN: 9788483103838, 194 pp., pág.: 109.

viernes, 12 de diciembre de 2008

EMILIA PARDO BAZÁN: LA TRIBUNA

Comenzaba á amanecer, pero las primeras y vagas luces del alba á duras penas lograban colarse por las tortuosas curvas de la calle de los Castros, cuando el señor Rosendo, el barquillero que disfrutaba de más parroquia y popularidad en Marineda, se asomó, abriéndose a bostezos, á la puerta de su mezquino cuarto bajo.
(…) Del grupo más compacto, del pelotón más resuelto y numeroso, que tal vez se componía de veinte ó treinta mujeres juntas, salieron algunas voces gritando:
-¡Viva la república federal!

PARDO BAZÁN, Emilia; La Tribuna, Madrid, s/e., s/d., O.C tomo VIII, pp.: 12 y 322
.

MARINA MAYORAL: RECÓNDITA ARMONÍA

Helena, escrito con hache, Helena María de Osorio y Jiménez de Sandoval, hija del marqués de Resende, y yo, Blanca Loureiro, nos conocimos a los quince años en el Colegio de las Damas Negras.
Empecé a envidiarla desde el primer instante en que la vi. Helena era rubia y tenía los ojos verdes, justo las dos cosas que yo deseaba más por entonces. Su dinero, su posición social y, sobre todo, su familia, las envidié después, cuando la conocí mejor y pude darme cuenta de las ventajas que suponía poseer aquellos bienes. Pero entonces, a los quince años, lo ignoraba.

(…)

No volvimos a vernos, pero aún hablamos muchas veces por teléfono. Desde que ingresó en la clínica me llamaba todos los días para decirme que se encontraba bien. En nuestra última conversación me dijo, ya con la voz muy débil:
-Creo que, a pesar de todo, ha valido la pena, Blanca…
Y yo le dije que sí, que había valido la pena… Y que, bien mirado, había, sí, en el fondo de este caos, una recóndita armonía.

MAYORAL, Marina, Recóndita armonía, Madrid, Alfaguara, 1944, ISBN: 84-204-8123-8, 277pp., págs.:15 y 277.

CONCHA ESPINA: ALTAR MAYOR

Avanza el Minerva estruendoso y jadeante, mojado por la lluvia, envuelto en el hálito frío de los montes. Ha dejado atrás Cangas de Onís, el antiguo campo de la Jura, hoy convertido en tierra de maíces; el perfil indómito de don Opas, siempre atormentado en su castigo de piedra al borde de la ruta.
(…) Y callados, anhelantes, ponen los ojos, unidos por una misma inquietud, allí donde el Monte de la Virgen luce perenne en su rútila venera.
Ha salido el sol…


ESPINA, Concha, Altar mayor, Madrid, Aguilar, 1951, col. Crisol núm 326, pp.: 3 y 430.

FERNÁN CABALLERO: CLEMENCIA

-No se canse usted, don Silvestre; cada casa es un mundo –decía una tarde de verano de 1844 la marquesa de Cartagena a su amigo y compadre don Silvestre Sarmiento, mientras éste sorbía paladeándola una taza de café-. Tómelo usted por arriba, tómelo usted por abajo, cada casa es un mundo, aunque usted diga que no.
(…)Clemencia se acercó a su marido para leer el papel.
-Bien sabe la rosa…
-¡En qué mano posa! –exclamó Clemencia acabando la frase que recordó, y apoyando su rosada cara en el noble pecho de su marido.

CABALLERO, Fernán, Clemencia, Madrid, Cátedra, 1975, ISBN: 84-376-0042-1, pp.: 73 y 372

domingo, 7 de diciembre de 2008

ESTHER TUSQUETS: EL MISMO MAR DE TODOS LOS VERANOS

Cruzo la puerta de hierro y cristal, pesada, chirriante, y me sumerjo en una atmósfera contradictoriamente más pura –menos luz, menos ruidos, menos sol-, como si desde la mañana polvorienta y sucia, esas mañanas sofocantes y obscenas de los primeros días del verano en mi ciudad sin primavera, me hubiera refugiado en el frescor de piedra de una iglesia muy vieja, donde huele remotamente a humedad y a frío, el frío de un invierno no ahuyentado todavía aquí por el bochorno del verano, y en cuyo aire se entrecruzan, desde las altas cristaleras polícromas, múltiples rayos de luz.

(…)

Y sólo en el último instante, cuando el mozo ha subido ya al taxi el equipaje, y ella ha pagado la cuenta, y distribuido las propinas. Clara me da un beso leve en la mejilla, sonríe con la sonrisa triste de mi Clara de siempre, perdida por unos instantes su seguridad y su aplomo, acerca mucho su boca a mi oído y susurra, no sé si como último palmetazo del castigo o como signo de perdón, pero en cualquier caso como prueba inequívoca de que hasta el final me ha comprendido: “…Y Wendy creció.”



TUSQUETS, Esther, El mismo mar de todos los veranos, Barcelona, Lumen, 1981, ISBN: 84-264-4014-2, 229 pp., págs.: 7 y 229.

CARMEN MARTÍN GAITE: A RACHAS

AMOR NÓMADA

Cada pitillo una carta
y cada carta un amor
y cada amor una herida.

Así vas tú por la vida,
dulce poeta menor
de la palabra fingida.

Cuando han prendido la llama
tus ojos levantan vuelvo
a hacer noche en otra tierra,
ciegos a quien los reclama
y a su celo,
corazón de fuego y guerra
que conquista y nunca ama.

No hay reposo ni guarida
para tu breve fulgor,
incierta hoguera aterida.

Así vas tú por la vida,
dulce poeta menor
de la palabra fingida.

MARTÍN GAITE, Carmen, A rachas, Madrid, Hiperión, 1976, ISBN: 84-85272-04-8, pág. 45.

ROSA CHACEL: CIENCIAS NATURALES

Prohibido rasgar un fósforo en cubierta; una orden lacónica y trivial, pero forzosa. Se prohíbe y, por la simple orden, se posesiona del barco la oscuridad. Haber navegado unas cuantas veces da algo que puede afincarse en la mente como hábito dilecto, como una certeza de ser navegante, de haber vivido los modos habituales del marinero: el más genuino, la pipa. ¿Cómo sentirse marinero sin poder encender la pipa en cubierta? La presencia de la oscuridad intrusa, anuladora de la contemplación, competidora de la dimensión suprema…

(…)

Al despertar, la santa protectora, cumpliendo órdenes lleva el cojín, la píldora somnífera –rechazada-, aceptada a la fuerza por si acaso… Despedida al fin, adiós a la amistad femenina… No es femenino el abrazo, es rudo, axial como el masculino. El adiós femenino –confidencia o abrazo, juego de “Bilitis”- queda en su asentimiento vital, de lo más serio de la vida; las zonas habitadas por la fe –confianza- y la piedad. Separación, trasunto de la muerte en la amistad, y valor compartido… Entregado como el cojín de seda y el consejo –casi mandato- ¡duerme!, olvida el peligro y soporta la tardanza, la lentitud, piensa en lo remoto de ti misma, en el que este amor –amores- a que vas a entregarte es tan remoto en ti que sigue siendo y va a seguir… Duerme, sin distraerte por pequeñas molestias. Duerme hasta que hayan pasado las doce horas y oigas, de pronto, una voz gatuna, ¡señoras, señores!... tomaremos tierra en el aeropuerto de Barajas, MADRID.

CHACEL, Rosa, Ciencias naturales, Barcelona, Seix Barral, 1988, ISBN: 84-322-0588-5, 235 pp., págs.: 7 y 235.

jueves, 4 de diciembre de 2008

CLARA JANÉS: LIBRO DE ALIENACIONES

MADRE

Corta la madre el cordón umbilical
más no renuncia al vínculo.
Te empuja a la otredad
pero desesperadamente bebe en tu vida
pues en ella
terrible
y mutilada
su entraña
aún palpita.
¡Qué deuda irreparable la del hijo!

Y sin embargo, a veces, al pasar
la página del libro de los días,
se rasga, fiera, el vientre,
y te envuelve una vez más en su carne
para que no te pierdas,
para que no te mueras
solo,
como un náufrago abandonado al pánico
en el inmenso océano.


JANÉS, Clara, Libro de alienaciones, Madrid, Ayuso, 1980, ISBN: 84-336-0168-7, 121 pp., pág.: 50.

CARMEN CONDE: DÍAS POR LA TIERRA

Las víctimas no hablarán: se ha puesto el silencio en marcha. Cielo con ira palabras sella. Suelo con sangre palabras guarda. Las madres y las esposas vestidas de muertos callan. Tumbas y cárceles gimen, cerrándose a las palabras. ¿Por qué es hombre el que mata? Dilo, muerto que fuiste un hombre capaz de matarle. Habla. 1939 CONDE, Carmen, Días por la tierra, Madrid, Editora Nacional, 1977, ISBN: 84-2760388-6, 163 págs.: 66 y 67. Del libro de poemas: En un mundo de fugitivos (1960).




POESÍAS COMPLETAS, EDITADO EN 2007








                              El Escorial, año 1941

lunes, 1 de diciembre de 2008

LUDWIG WITTGENSTEIN: CONFERENCIA SOBRE ÉTICA

Antes de entrar en materia, permítanme hacer unas consideraciones preliminares. Soy consciente de que tendré grandes dificultades para comunicarles mis pensamientos y considero que algunas de ellas disminuirán si las menciono de antemano. La primera, que casi no necesito citar, es que el inglés no es mi lengua materna. Por esta razón mi expresión a menudo carece de la elegancia y precisión que resultaría deseable en quien diserta sobre un tema tan difícil. Todo lo que puedo hacer es pedirles que me faciliten la tarea tratando de entender lo que quiero decir, a pesar de las faltas que contra la gramática inglesa voy a cometer continuamente. La segunda dificultad que citaré es que quizá muchos de ustedes se hayan acercado a mi conferencia con falsas expectativas. Para aclararles este punto diré unas pocas palabras acerca de la razón por la cual he elegido el tema. Cuando su anterior secretario me honró pidiéndome que leyera una comunicación, en su sociedad, mi primera idea, por supuesto, fue aceptar, y la segunda, hablar acerca de algo que me interesara comunicarles. Dado que tenía la oportunidad de dirigirme a ustedes, no iba a desaprovecharla dándoles una conferencia sobre lógica, por ejemplo. Considero que esto sería perder el tiempo, ya que explicarles una materia científica requeriría un curso de conferencias no una comunicación de una hora. Otra alternativa hubiera sido darles lo que se denomina una conferencia de divulgación científica, esto es, una conferencia que pretendiera hacerles creer que entienden algo que realmente no entienden y satisfacer así lo que considero uno de los más bajos deseos de la gente moderna, es decir, la curiosidad superficial acerca de los últimos descubrimientos de la ciencia. Rechacé estas alternativas y decidí hablarles sobre un tema, en mi opinión, de importancia general, con la esperanza de que ello les ayude a aclarar sus ideas acerca de él (incluso en el caso de que estén en total desacuerdo con lo que voy a decirles). Mi tercera y última dificultad es, de hecho, propia de casi todas las largas conferencias filosóficas: el oyente es incapaz de ver tanto el camino por el que le llevan como el término al que éste conduce. Esto es, o bien piensa: “Entiendo todo lo que dice menos, ¿a dónde demonios quiere llegar?”, o bien: “Veo hacia dónde se encamina, pero, ¿cómo demonios va a llegar allí?” Una vez más, todo lo que puedo hacer es pedirles que sean pacientes, y esperar que, al final, vean tanto el camino como su término.
Empecemos. Mi tema, como saben, es la ética y adoptaré la explicación que de este término ha dado el profesor Moore en su libro Principia Ethica: “La ética es la investigación general sobre lo bueno”. Ahora voy a usar la palabra ética en un sentido un poco más amplio, que incluye, de hecho, la parte más genuina, a mi entender, de lo que generalmente se denomina estética. Y para que vean de la forma más clara posible lo que considero el objeto de la ética voy a presentarles varias expresiones más o menos sinónimas, cada una de las cuales podría sustituirse por la definición anterior, y al enumerarlas pretendo conseguir el mismo tipo de efecto que logró Galton al tomar en la misma placa varias fotografías de rostros diferentes con el fin de obtener la imagen de de los rasgos típicos que todos ellos compartían. Mostrándoles esta fotografía colectiva podré hacerles ver cuál es el típico –digamos- rostro chino; de este modo, si ustedes miran a través de la gama de sinónimos que les voy a presentar, espero que serán capaces de ver los rasgos característicos de la ética. En lugar de decir que la ética es la investigación sobre lo bueno, podría haber dicho que la ética es la investigación sobre lo valioso o lo que realmente importa, o podía haber dicho que la ética es la investigación acerca del significado de la vida, o de aquello que hace que la vida merezca vivirse, o de la manera correcta de vivir. Creo que si tienen en consideración todas estas frases, se harán una idea aproximada de lo que se ocupa la ética. La primera cosa que nos llama la atención de estas expresiones es que cada una de ellas se usa, de hecho, en dos sentidos muy distintos. Los denominaré, por una parte, el sentido trivial o relativo y, por otra, el sentido ético o absoluto. Por ejemplo, digo que ésta es una buena silla, significa que esta silla sirve para un propósito predeterminado, y la palabra “bueno” aquí sólo tiene significado en la medida en que tal propósito haya sido previamente fijado. De hecho, la palabra “bueno” en sentido relativo significa simplemente que satisface un cierto estándar predeterminado. Así, cuando afirmamos que este hombre es un buen pianista queremos decir que puede tocar piezas de un cierto grado de dificultad con un cierto grado de habilidad. Igualmente, si afirmo que para mí es importante no resfriarme, quiero decir que coger un resfriado produce en mi vida ciertos trastornos descriptibles, y si digo que ésta es la carretera correcta, me refiero a que es la carretera correcta en relación a cierta meta. Usadas de esta forma, tales expresiones no presentan dificultad o problema profundo alguno. Pero éste no es el uso que de ellas hace la ética. Supongamos que yo supiera jugar al tenis y uno de ustedes, al verme, dijera: “Juega usted bastante mal”, y yo contestara: “Lo sé, estoy jugando mal, pero no quiero hacerlo mejor”, todo lo que podría decir mi interlocutor sería: “Ah, entonces, de acuerdo”. Pero supongamos que yo le contara a uno de ustedes una mentira escandalosa y él viniera y me dijera: “Se está usted comportando como un animal”, y yo contestara: “Sé que mi conducta es mala, pero no quiero comportarme mejor”, ¿podría decir?: “Ah, entonces, de acuerdo”? Ciertamente no; afirmaría: “Bien, usted debería desear comportarse mejor”. Aquí tienen un juicio de valor absoluto, mientras que el primer caso era un juicio relativo. En esencia, la diferencia parece obviamente ésta: cada juicio de valor relativo es un mero enunciado de hechos y, por tanto, puede expresarse de tal forma que pierda toda apariencia de juicio de valor. En lugar de decir: “Esta es la carretera correcta que debes tomar si quieres llegar a Granchester en el menor tiempo posible”. “Este hombre es un buen corredor” significa simplemente que corre un cierto número de kilómetros en cierto número de minutos; etc. Lo que ahora deseo sostener es que, a pesar de que se pueda mostrar que todos los juicios de valor relativos son meros enunciados de hechos, ningún enunciado de hecho puede nunca ser ni implicar un juicio de valor absoluto. Permítanme explicarlo: supongan que uno de ustedes fuera una persona omnisciente y, por consiguiente, conociera los movimientos de todos los cuerpos animados o inanimados del mundo y conociera también los estados mentales de todos los seres que han vivido. Supongan además que este hombre escribiera su saber en un gran libro; tal libro contendría la descripción total del mundo. Lo que quiero decir es que este libro no incluiría nada que pudiéramos llamar juicio ético ni nada que pudiera implicar lógicamente tal juicio. Por supuesto contendría todos los juicios de valor relativo y todas las proposiciones verdaderas que pueden formularse. Pero tanto todos los hechos descritos como todas las proposiciones estarían en el mismo nivel. No hay proposiciones que, en ningún sentido absoluto, sean sublimes, importantes o triviales. Quizás ahora alguno de ustedes estará de acuerdo y ello le evocará las palabras de Hamlet: “Nada hay bueno ni malo, si el pensamiento no lo hace tal”. Pero esto podría llevar de nuevo a un mal entendido. Lo que Hamlet dice parece implicar que lo bueno y lo malo, aunque sean cualidades del mundo externo, son atributos de nuestros estados mentales. Pero lo que quiero decir es que mientras entendamos un estado mental como un hecho descriptible, éste no es bueno ni malo en sentido ético. Por ejemplo, si en nuestro libro del mundo leemos la descripción de un asesinato con todos los detalles físicos y psicológicos, la mera descripción de estos hechos no encerrará nada que podamos denominar una proposición ética. El asesinato estará en el mismo nivel que cualquier otro acontecimiento como, por ejemplo, la caída de una piedra. Ciertamente, la lectura de esta descripción puede causarnos dolor o rabia o cualquier otra emoción; también podríamos leer acerca del dolor o la rabia que este asesinato ha suscitado entre otra gente que tuvo conocimiento de él, pero serían simplemente hechos, hechos y hechos, y no ética. Debo decir que si ahora considerara lo que la ética debiera ser realmente -si existiera tal ciencia-, este resultado sería bastante obvio. Me parece evidente que nada de lo que somos capaces de pensar o de decir puede constituir el objeto (la ética). No podemos escribir un libro científico cuya materia alcance a ser intrínsicamente sublime y de nivel superior a las restantes materias. Sólo puedo describir mi sentimiento a este propósito mediante la siguiente metáfora: si un hombre pudiera escribir un libro de ética que realmente fuera un libro de ética, este libro destruiría, como una explosión, todos los demás libros del mundo. Nuestras palabras, usadas tal como lo hacemos en la ciencia, son recipientes capaces solamente de contener y transmitir significado y sentido, significado y sentido naturales. La ética, de ser algo, es sobrenatural y nuestras palabras sólo expresan hechos, del mismo modo que una taza de té sólo podrá contener el volumen de agua propio de una taza de té por más que se vierta un litro en ella. He dicho que, en la medida en que nos refiramos a hechos y proposiciones, sólo hay valor relativo y, por tanto, corrección y bondad relativas. Permítanme, antes de proseguir, ilustrar esto con un ejemplo más obvio todavía. La carretera correcta es aquella que conduce a una meta arbitrariamente determinada, y a todos nos parece claro que carece de sentido hablar de la carretera correcta independientemente de un motivo predeterminado. Veamos ahora lo que posiblemente queremos decir con la expresión “la carretera absolutamente correcta”. Creo que sería aquella que, al verla, todo el mundo debería tomar por necesidad lógica, o avergonzarse de no hacerlo. Del mismo modo, el bien absoluto, si es un estado de cosas descriptible, sería aquel que todo el mundo, independientemente de sus gustos e inclinaciones, realizaría necesariamente o se sentiría culpable de no hacerlo. En mi opinión, tal estado de cosas es una quimera. Ningún estado de cosas tiene, en sí, lo que me gustaría denominar el poder coactivo de un juez absoluto. Entonces, ¿qué es lo que tenemos en la mente y qué tratamos de expresar aquellos que, como yo, sentimos la tentación de usar expresiones como “bien absoluto”, “valor absoluto”, etc.? Siempre que intento aclarar esto es natural que recurra a casos en los que sin duda usaría tales expresiones, con lo que me encuentro en la misma situación en la que se hallarían ustedes si, por ejemplo, yo les diera una conferencia sobre psicología del placer. En este caso, lo que harían sería tratar de evocar algunas situaciones típicas en las que han sentido placer. Con esta situación en la mente, llegaría a hacerse concreto y, de alguna manera, controlable todo lo que yo pudiera decirles. Alguien podría elegir como ejemplo-típico la sensación de pasear en un día soleado de verano. Cuando trato de concentrarme en lo que entiendo por valor absoluto o ético, me encuentro en una situación semejante. En mi experiencia se me presenta como si, en cierto sentido, fuera, y de hecho lo es, mi experiencia par excellence. Por este motivo, al dirigirme ahora a ustedes, usaré esta experiencia como mi primer y principal ejemplo (como ya he dicho, esto es una cuestión totalmente personal y otros podrían hallar ejemplos más llamativos). En la medida de lo posible, voy a describir esta experiencia de manera que les haga evocar experiencias idénticas o similares a fin de poder disponer de una base común para nuestra investigación. Creo que la mejor forma de describirla es decir que cuando la tengo me asombro ante la existencia del mundo. Me siento entonces inclinado a usar frases tales como “Qué extraordinario que las cosas existan” o “Qué extraordinario que el mundo exista”. Mencionaré a continuación otra experiencia que conozco y que a alguno de ustedes le resultará familiar: se trata de lo que podríamos llamar la vivencia de sentirse absolutamente seguro. Me refiero a aquel estado anímico en el que nos sentimos inclinados a decir: “Estoy seguro, pase lo que pase, nada puede dañarme”. Permítanme ahora considerar estas experiencias dado que, según creo, muestran las características que tratamos de aclarar: Y he aquí lo primero que tengo que decir: la expresión verbal que damos a estas experiencias carece de sentido. Si afirmo: “Me asombro ante la existencia del mundo”, estoy usando mal el lenguaje. Me explicaré: tiene perfecto y claro sentido decir que me asombra que algo sea como es. Todos entendemos lo que significa que me asombre el tamaño de un perro que sea mayor a cualquiera de los vistos antes, o de cualquier cosa que, en el sentido ordinario del término, sea extraordinaria. En todos los casos de este tipo me asombro de que algo sea como es, cuando yo podría concebir que no fuera como es. Me asombro del tamaño de este perro puesto que podría concebir un perro de otro tamaño, esto es, de tamaño normal, del cual no me asombraría. Decir: “Me asombro de que tal y tal cosa sea como es” sólo tiene sentido si puedo imaginármelo no siendo como es. Así, podemos asombrarnos, por ejemplo, de la existencia de una casa cuando la vemos después de largo tiempo de no visitarla y hemos imaginado que entretanto ha sido demolida. Pero carece de sentido decir que me asombro de la existencia del mundo porque no puedo representármelo no siendo. Naturalmente, podría asombrarme de que el mundo que me rodea sea como es. Si mientras miro el cielo azul yo tuviera esta experiencia, podría asombrarme de que el cielo sea azul y que, por el contrario, no esté nublado. Pero no es a esto a lo que ahora me refiero. Me asombro del cielo sea cual sea su apariencia. Podríamos sentirnos inclinados a decir que me estoy asombrando de una tautología, es decir de que el cielo sea o no sea azul. Pero precisamente no tiene sentido afirmar que alguien se está asombrando de una tautología. Esto mismo puede aplicarse a la otra experiencia mencionada, la experiencia de la seguridad absoluta. Todos sabemos, qué quiere decir en la vida ordinaria estar seguro. Me siento seguro en mi habitación, ya que no puede atropellarme un autobús. Me siento seguro si he tenido la tosferina y, por tanto, ya no puedo tenerla de nuevo. En esencia, sentirse seguro significa que es físicamente imposible que ciertas cosas puedan ocurrirme y, por consiguiente, carece de sentido decir que me siento seguro pase lo que pase. Una vez más, se trata de un mal uso de la palabra “seguro”, del mismo modo que el otro ejemplo era un mal uso de la palabra “existencia” o “asombrarse”. Quiero convencerles ahora de que un característico mal uso de nuestro lenguaje subyace en todas las expresiones éticas y religiosas. Todas ellas parecen, prima facie, ser sólo símiles. Así, parece que cuando usamos, en un sentido ético, la palabra correcto, si bien lo que queremos decir no es correcto en un sentido trivial, es algo similar. Cuando decimos: “Es una buena persona”, aunque la palabra “buena” aquí no significa lo mismo que en la frase: “Este es un buen jugador de fútbol”, parece haber alguna similitud. Cuando decimos: “La vida de este hombre era valiosa”, no lo entendemos en el mismo sentido que si habláramos de alguna joya valiosa, pero parece haber algún tipo de analogía. De este modo, todos los términos religiosos parecen utilizarse como símiles o alegorías. Cuando hablamos de Dios y de que lo ve todo, y cuando nos arrodillamos y le oramos, todos nuestros términos y acciones se asemejan a partes de una gran y compleja alegoría que le representa como un ser humano de enorme poder cuya gracia tratamos de ganarnos, etc., etc. Pero esta alegoría describe también la experiencia a la que acabo de aludir. Porque la primera de ellas es, según creo, exactamente aquello a lo que la gente se refiere cuando dice que Dios ha creado el mundo; y la experiencia de la absoluta seguridad ha sido descrita diciendo que nos sentimos seguros en las manos de Dios. Una tercera vivencia de este tipo es la de sentirse culpable y queda también descrita por la frase: Dios condena nuestra conducta. De esta forma parece que, en el lenguaje ético y religioso, constantemente usemos símiles. Pero un símil debe ser símil de algo. Y si puedo describir un hecho mediante un símil, debo ser también capaz de abandonarlo y describir los hechos sin su ayuda. En nuestro caso, tan pronto como intentamos dejar a un lado el símil y enunciar directamente los hechos que están detrás de él, nos encontramos con que no hay tales hechos. Así, aquello que, en un primer momento, pareció ser un símil, se manifiesta ahora un mero sinsentido. Quizá para aquellos –por ejemplo, yo- que han vivido las tres experiencias que he mencionado (y podría añadir otras) éstas les parezcan tener todavía, en algún sentido, un valor intrínseco y absoluto. Pero desde el momento en que digo que son experiencias, ciertamente son hechos; han ocurrido en un lugar y han durado cierto tiempo y, por consiguiente, son descriptibles. A partir de esto y de lo dicho hace unos minutos, debo admitir que carece de sentido afirmar que tienen un valor absoluto. Precisaré mi argumentación diciendo: es una paradoja que una experiencia, un hecho, parezca tener un valor sobrenatural. Hay una vía por la que me siento tentado a solucionar esta paradoja. Permítanme reconsiderar, en primer lugar, nuestra primera experiencia de asombro ante la existencia del mundo describiéndola de una forma ligeramente diferente; todos sabemos lo que en la vida cotidiana podría denominarse un milagro. Evidentemente, es un acontecimiento de tal naturaleza que nunca hemos visto nada parecido a él. Supongan que este acontecimiento ha tenido lugar. Piensen en el caso de que a uno de ustedes le crezca una cabeza de león y empiece a rugir. Ciertamente esto sería una de las cosas más extraordinarias que soy capaz de imaginar. Tan pronto como nos hubiéramos repuesto de la sorpresa, lo que yo sugeriría sería buscar un médico e investigar científicamente el caso y, si no fuera porque ello le produciría sufrimiento, le haría practicar una vivisección. ¿Dónde estaría entonces el milagro? Está claro que, en el momento en que miráramos las cosas así, todo lo milagroso habría desaparecido; a menos que entendamos por este término simplemente un hecho que todavía no ha sido explicado por la ciencia, cosa que a su vez significa que no hemos conseguido agrupar este hecho junto con otros en un sistema científico. Esto muestra que es absurdo decir que la ciencia ha probado que no hay milagros. La verdad es que el modo científico de ver un hecho no es el de verlo como un milagro. Pueden ustedes imaginar el hecho que quieran y éste no será en sí milagroso en el sentido absoluto del término. Ahora nos damos cuenta de que hemos estado utilizando la palabra “milagro” tanto en el sentido absoluto como en el relativo. Voy a describir la experiencia de asombro ante la existencia del mundo diciendo: es la experiencia de ver el mundo como un milagro. Me siento inclinado a decir que la expresión lingüística correcta del milagro de la existencia del mundo –a pesar de no ser una proposición en el lenguaje- es la existencia del lenguaje mismo. Pero entonces, ¿qué significa tener conciencia de este milagro en ciertos momentos y en otros no? Todo lo que he dicho al trasladar la expresión de lo milagroso de una expresión por medio del lenguaje a la expresión por la existencia del lenguaje, todo lo que he dicho con ello es, una vez más, que no podemos expresar lo que queremos expresar y que todo lo que decimos sobre lo absolutamente milagroso sigue careciendo de sentido. A muchos de ustedes la respuesta les parecerá clara. Dirán: bien, si ciertas experiencias nos incitan constantemente a atribuirles una cualidad que denominamos importancia o valor absoluto o ético, esto sólo muestra que a lo que nos referimos con tales palabras no es un sinsentido. Después de todo, a lo que nos referimos al decir que una experiencia tiene un valor absoluto es simplemente a un hecho como cualquier otro y todo se reduce a esto: todavía no hemos dado con el análisis lógico correcto de lo que queremos decir con nuestras expresiones éticas y religiosas. Siempre que se me echa esto en cara, de repente veo con claridad, como si se tratara de un fogonazo, no sólo que ninguna descripción que pueda imaginar sería apta para describir lo que entiendo por valor absoluto, sino que rechazaría ab initio cualquier descripción significativa que alguien pudiera posiblemente sugerir por razón de su significación. Es decir: veo ahora que estas expresiones carentes de sentido no carecían de sentido por no haber hallado aún las expresiones correctas, sino que era su falta de sentido lo que constituía su mismísima esencia. Porque lo único que yo pretendía con ellas era, precisamente, ir más allá del mundo, lo cual es lo mismo que ir más allá del lenguaje significativo. Mi único propósito –y creo que el de todos aquellos que han tratado alguna vez de escribir o hablar de ética o religión- es arremeter contra los límites del lenguaje. Este arremeter contra las paredes de nuestra jaula es perfecta y absolutamente desesperanzado. La ética, en la medida en que surge del deseo de decir algo sobre el sentido último de la vida, sobre lo absolutamente bueno, lo absolutamente valioso, no puede ser una ciencia. Lo que dice la ética no añade nada, en ningún sentido, a nuestro conocimiento. Pero es un testimonio de una tendencia del espíritu humano que yo personalmente no puedo sino respetar profundamente y que por nada del mundo ridiculizaría.


Ludwig Wittgenstein




WITTGENSTEIN, Ludwig, Conferencia sobre ética. Con dos comentarios sobre la teoría del valor, Barcelona, Paidós, 1997, ISBN: 84-7509-525-9, 63 pp., págs.: 33-43.

domingo, 30 de noviembre de 2008

EMPIRIA. REVISTA DE METODOLOGÍA DE CIENCIAS SOCIALES

“Creo que estamos de enhorabuena al poder presentar este número monográfico de la revista Empiria. Los estudios de las mujeres –los women´s studies- comenzaron a establecerse en las universidades anglosajonas en los años setenta y a consolidarse en los años ochenta, extendiéndose como una mancha de aceite en todos los curricula universitarios. En España nuestro secular atraso, unido a la concienzuda labor del franquismo, dificultó su arribada en tiempo y forma, que se inició, no obstante, a finales de los años setenta: en el año 2004 se conmemoró en la Universidad Autónoma de Madrid el 25 aniversario de la creación por parte de, entre otras profesoras, María Ángeles Durán, del primer Seminario de Estudios de la Mujer, hoy reconvertido, como tantos otros en las universidades españolas, en Instituto universitario”.

Así comienza la presentación que escribe Raquel Osborne en el Nº 15 de la revista EMPIRIA.

ARTÍCULOS


-Algunas advertencias sobre la práctica de la sociología feminista en la escena pública Judith Stacey

-En la cocina de las políticas de igualdad; ¿qué ingredientes agregar a las nuevas recetas? Carme Adán

-El trabajo y el cuidado: cuestiones teórico-metodológicas desde la perspectiva de género Teresa Torns

-Investigación empírica y teoría feminista en los estudios familiares en el mundo anglosajón: una síntesis extramuros Sara Barrón

-De la ‘violencia’ (de género) a las ‘cifras de la violencia’: una cuestión política Raquel Osborne

-El estímulo de la duda María Ángeles Durán

TEXTO CLÁSICO

La evolución del concepto de género: selección de textos de S. de Beauvoir, K. Millet, G. Rubin y J. Butler (Selección y presentación: R. Osborne y C. Molina Petit)



OSBORNE, Raquel (2008): “Presentación” en Empiria. Revista de Metodología de Ciencias Sociales, nº 15, enero-junio, ISSN 1139-5737. Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Departamento de Sociología I. Teoría. Metodología y Cambio Social.



EMPIRIA. Revista de Metodología de Ciencias Sociales. N.o 15, enero-junio, 2008, pp. 99-124.
ISSN: 1139-5737
De la «violencia» (de género) a las
«cifras de la violencia»: una cuestión política1
RAQUEL OSBORNE
UNED
rosborne@poli.uned.es
Recibido: 04.03.2008
Aceptado: 16.06.2008
Hay una forma de incertidumbre que no tiene que ver con los
resultados sino con los principios, y a mi modo de ver afecta de lleno
a las ciencias sociales. No se refiere a lo que vemos cuando observamos,
sino a si miramos en la dirección adecuada, si sabemos
ver (Durán, 2007).
1. INTRODUCCIÓN
Aunque inicialmente parece que hoy en día todo el mundo estará de acuerdo
en qué consiste la violencia de género, en la gravedad del fenómeno y en el número
de muertes que se produce por su causa—por mencionar sólo algunas de
las cuestiones que habitualmente se suscitan en torno a este tema—, lo cierto es
que sólo se ha empezado a poder contabilizar el fenómeno a partir de la conceptualización
de lo que se entendía por tal.
Uno de los grandes logros del feminismo contemporáneo es que cambió
nuestra comprensión de la sexualidad y de las relaciones entre mujeres y varones
al identificar la violencia sexual como un elemento importante en el mantenimiento
de la subordinación de las mujeres, al proporcionarles nuevas vías para la
comprensión de su situación y al impulsar la creación de recursos para combatir
1 El presente artículo ha sido publicado en la revista Empiria (Revista de Metodología de
Ciencias Sociales), n.o 15, enero-junio 2008. Se ha realizado en el marco del proyecto de investigación
de referencia I+D+I BFF2003-00655 aprobado en el marco del Plan Nacional de Investigación
Científica, Desarrollo e Innovación Tecnológica 2000-2003. Debo agradecer a Sara Barrón
y a Begoña Pernas por sus comentarios críticos ante la lectura del borrador del presente artículo y
a Rosa Gómez Redondo y a Elena Robles su ayuda técnica en relación con alguna de las estadísticas
aquí mencionada.
dicha violencia. Ha conseguido que se entienda la violación no como un delito
contra el honor de las familias sino como un asalto violento cometido contra las
mujeres no sólo por extraños sino también por los maridos, padres o personas
cercanas. Ha promovido las denuncias por malos tratos a las mujeres, insistiendo
en la dejación de su consideración como un asunto privado y personal entre los
miembros de una pareja. De igual manera, ha acuñado el concepto de acoso sexual,
que destapa la realidad de los avances sexuales indeseados que generaciones
de mujeres han tenido que sufrir, principalmente en el trabajo.
Pero esta tarea no era suficiente. Hacía falta el reconocimiento al más alto nivel
para que los Estados tomaran cartas en el asunto, y ello tuvo lugar con la Declaración
de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la
Mujer de 1993, cuyo artículo 1 considera violencia contra las mujeres a «todo
acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda
tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la
mujer, incluidas las amenazas de tales actos, la coerción o la privación arbitraria
de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada». Pero
para que se produjera el salto del macronivel de decisión que representa la
ONU a la política del día a día de cada país tienen que ocurrir más cosas.
En España tuvieron lugar al menos tres factores añadidos:
— los años noventa ven aflorar el problema de la violencia de pareja, si bien
desde los años setenta habían comenzado las movilizaciones en relación
a las agresiones sexuales. Una de las caras más visibles del activismo feminista
en los años noventa era el dedicado a la problemática de las separaciones
y divorcios, lugar fundamental de la emergencia de esta violencia,
oculta habitualmente;
— fruto de la intensa movilización los medios de comunicación de masas
acaban por interesarse por el fenómeno: a partir de 1997 se da el salto del
entorno feminista a los medios de comunicación de masas tras la denuncia
en televisión por Ana Orantes de su crónica situación de maltrato
y su posterior brutal asesinato a manos de su marido2;
— a partir de entonces, las instituciones encargadas de la «problemática de
la mujer»—véase principalmente el Instituto de la Mujer—toman cartas
en el asunto: en 1998 en el marco del III Plan de Igualdad de Oportunidades
entre Mujeres y Hombres se crea el Plan de Acción contra la
Violencia Doméstica, que por primera vez plantea el trabajo conjunto de
las distintas administraciones para establecer una serie de medidas que
den respuesta a la violencia en este ámbito (Vives 2001). El plan establecía
seis áreas de actuación, entre ellas una de investigación, que comenzó
a elaborar «un módulo estadístico para recoger los datos referidos
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2 No es nuestra intención aquí analizar las razones por las que los medios de comunicación modifican
su postura en torno a esta problemática, como tampoco se pretende idealizar su papel. Para
un análisis sobre violencia de género y medios de comunicación véase Fernández Díaz (2003).
a la violencia así como un manual con normas estadísticas de actuación
coordinadas y uniformes que deben seguir en la recogida de estos datos
tanto la Guardia Civil como el Cuerpo General de Policía». En el marco
de este área se realiza también una «Macroencuesta a nivel nacional, sobre
la violencia contra las mujeres, para conocer cuántas mujeres son víctimas
de actos de violencia, malos tratos y/o abusos sexuales y las causas
que contribuyen a su aparición» (Ibid.:88). Tres de estas encuestas (2000,
2002 y 2006) han sido realizadas hasta la fecha. Estas iniciativas tieneN
lugar, por tanto, sólo a partir del momento en que se reconoce política y
socialmente la gravedad de esta violencia.
Sin estos supuestos previos no hay contabilidad organizada del fenómeno de
la violencia contra las mujeres. Llevar una contabilidad eleva el fenómeno de
anécdota a categoría, conduciendo a su mayor visibilidad. La violencia hoy es
más visible, pues, y ello tiene mucho que ver con el cambio en la mirada, tal y
como refleja la cita del comienzo de Durán. Si nos atenemos, en consecuencia, a
esta diferente forma de mirar hemos de tener en cuenta siempre como punto de
partida la distinción entre «la violencia» y «las cifras de la violencia»: entre la
definición «abstracta» de la violencia y las cifras median los «indicadores» de
qué se considera violencia, y ello depende en buena parte, en primer lugar, de la
toma de conciencia del problema y, en segundo lugar, de los diversos intereses en
liza; en definitiva, es una cuestión política.
A partir de ahí, de lo que sí podemos estar seguros es de que las cifras de la
violencia han aumentado, y ello por diversas razones, algunas de las cuales citaremos
a título de ilustración:
a) Por ampliación de a quiénes se considera victimarios y víctimas: de maridos
a parejas de hecho a «exes» de todo tipo, incluyendo novios. Así, de
2001 a 2002 las denuncias interpuestas por mujeres—hasta el año 2002
sólo se incluían datos relativos a mujeres—pasaron de 24.158 a 43.2133.
b) Debido a la creación de nuevas leyes, por ejemplo la Orden de Protección
de 2003, que contribuyó a que se incrementaran las denuncias —promulgada
a finales del mes de julio, es decir, vigente durante sólo 5 meses,
las denuncias en ese año pasaron de 43.213 a 50.088—4. Del mismo
modo, a partir de enero de 2004, la introducción de nuevos tipos delictivos
y la modificación de alguno de los ya existentes (muchas de las infracciones
consideradas hasta entonces como «faltas» pasan a tipificarse
como «delitos») supuso un aumento del número de víctimas5.
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3 Datos del Ministerio del Interior reelaborados por el Instituto de la Mujer. http://www.mtas.es/
mujer/mujeres/cifras/violencia/denuncias_tablas.htm
4 Datos del Ministerio del Interior reelaborados por el Instituto de la Mujer. http://www.mtas.es/
mujer/mujeres/cifras/violencia/denuncias_tablas.htm
5 http://www.mtas.es/mujer/mujeres/cifras/violencia/denuncias.htm.
c) Por ampliación de la definición de la conducta a tener en cuenta o a
perseguir:
— en el acoso sexual, redefinido como acoso leve (mayores cifras), grave
y muy grave (Inmark 2006);
— en el maltrato, al estilo de las Macroencuestas 2000/2002/2006 del
Instituto de la Mujer, que distinguen entre maltrato declarado y maltrato
«técnico» (con cifras más elevadas).
Desde sus inicios la contabilidad de la violencia ha ido acompañada de
controversias acerca de cuál es la manera más acertada de efectuarla. Los intereses
mueven a los actores sociales en una pugna de poder cuyo resultado determina
que se vaya escogiendo una forma u otra de contar más allá de los episodios
«reales» de violencia. Ello hace que, a veces, y desde el punto de vista de
las ciencias sociales, la metodología empleada sea susceptible de análisis críticos
que nos iluminen sobre la evolución, pluralidad e implicaciones de los métodos
utilizados. En suma, que nos alerten sobre las razones y la idoneidad de los mismos.
Algunas de estas controversias atraerán nuestra atención en este artículo:
a) La que implica una tensión recurrente entre los grupos líderes en la movilización
feminista contra la violencia y la respuesta institucional ante la
problemática en cuestión en torno a la contabilidad de las cifras de la
violencia. Referiremos para ello dos momentos en que se ha plasmado
esa tensión, el primero desde la segunda mitad de los años noventa del
pasado siglo hasta su resolución hacia el año 2002, y el segundo que se
desarrolla todavía en el presente.
b) La que se sigue de la investigación conocida como La Macroencuesta
—en sus sucesivas ediciones de 2000, 2002 y 2006—, auspiciada por el
Instituto de la Mujer, que supuso una ampliación de los supuestos de lo
que se entiende por maltrato y el subsiguiente aumento de las cifras del
mismo.
2. LAS CIFRAS DE LA VIOLENCIA A DEBATE
2.1. La violencia, un asunto de intervención pública
Mucho se ha tardado en reconocer la importancia y la gravedad de la violencia
contra las mujeres. Un caso paradigmático ha sido la dificultad de entenderla,
en los casos de guerras, como una estrategia integrada en las políticas de
Estado para vencer al enemigo. Según Terrasson (2003), aunque ya en 1914 las
violaciones fueron denunciadas como crímenes de guerra, no se hallaban insertas
en esquemas interpretativos más amplios por no ser vistas como una práctica
sistemática de terror. En el análisis pre-feminista contemporáneo no existía el
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punto de vista de las víctimas ni, por tanto, la preocupación por las secuelas psíquicas
de la violencia sexual. Se hablaba de víctimas, ciertamente, pero las
mujeres eran siempre sospechosas de un posible consentimiento y, por lo tanto,
también entraban las nociones de mancha, deshonor y hasta de muerte social
como algo lógico que podía llevar a las mujeres violadas, a menudo con hijos
producto de las violaciones, incluso al suicidio. Las comisiones—una británica
y otra francesa—que condenaron estos hechos lo hicieron en tanto que excesos
individuales, pero se mostraron incapaces de pensarlas en el marco de las grandes
atrocidades del enemigo. En consecuencia, sin una interpretación sistémica
del asunto, unido a la incomodidad de hablar de sexo en una época que no había
«descubierto» el componente de violencia y odio de las agresiones sexuales
contra las mujeres, la cuestión cayó—caía una y otra vez—en el olvido. Habrá
que esperar al conflicto de los Balcanes —comienzos de la década de los años
noventa del siglo XX—para que se reconociera la importancia y la gravedad de
estas agresiones. Y no es que hasta entonces no hubiera datos suficientes en los
distintos conflictos armados conocidos en torno a los abusos sexuales de todo
tipo a las mujeres, pero o bien se habían escamoteado los datos a la opinión pública,
o todavía peor, existía una tolerancia real hacia las agresiones (Osborne y
Justo Suárez 2004)6.
Teresa de Lauretis, por su parte, habla de la «retórica de la violencia», noción
foucaultiana que indica un orden de violencia del lenguaje, esto es, que nombra
ciertos comportamientos y hechos como violentos, pero no a otros, así como
construye objetos y sujetos de violencia y de este modo a la violencia como un
hecho social (de Lauretis 1987). «Hace sólo hace unas décadas, el término
“violencia familiar” habría carecido de sentido. Así, el abuso infantil, el maltrato
a las esposas y el incesto habrían sido entendidos pero no reconocidos como
serios problemas sociales» (Wini Breines y Linda Gordon (1983), en de Lauretis
op. cit.: 33). Por tanto, según lo definamos entenderemos una cosa u otra y
abarcaremos más o menos aspectos del fenómeno que nos ocupa.
Tal y como hemos comentado, desde los años setenta el feminismo de la llamada
segunda ola empezó a comprender que una de las formas de control de las
mujeres se llevaba a cabo por medio del ejercicio de la violencia, o la amenaza
de su utilización. En España, en los años noventa, la amplificación mediática del
fenómeno trasladó a las páginas «serias» de la prensa escrita y a un lugar central
en los noticieros audiovisuales la información sobre las muertes de mujeres
producidas por la violencia masculina.
La toma de conciencia social supone, además, movilizaciones para hacer visible
la violencia que se entiende como «escondida» («las denuncias son sólo la
punta del iceberg, la prueba es que muchas de las muertes no pasan por la denuncia...
» son afirmaciones que se vienen realizando desde hace más de diez
años) y lograr por este camino poder intervenir sobre ella.
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6 Sobre la construcción de los marcos de interpretación en relación a la violencia de género
véase de Miguel Álvarez (2003).
En este objetivo confluyen intereses otrora dispares:
a) Los de las instituciones, véase el Instituto de la Mujer a finales de los noventa,
época del gobierno del Partido Popular. El combate contra la violencia,
inicialmente denominada doméstica, pasa a la primera fila del debate
político, y el Partido Popular la convierte en una prioridad de su
política para con las mujeres con la puesta en marcha del ya citado Plan
de Acción contra la Violencia Doméstica de 1998. Se cumplen así dos
objetivos: se capitaliza el nuevo interés social hacia esta problemática,
dando la impresión de realizar política «feminista» desde el poder, mientras
que por otro lado no se atienden muchas otras reivindicaciones de las
mujeres —mayor participación política, derechos laborales, derechos
sexuales y reproductivos y acciones positivas7, entre otras—.
b) Los del feminismo, desmovilizado desde finales de los años ochenta/
principios de los noventa, que se re-configura y re-moviliza, ganando
más espacio social con la promoción de la denuncia del tema de la violencia
contra las mujeres (Marugán y Vega 2001).
2.2. Las cifras, condición para la intervención
2.2.1. Las cifras representan el aspecto «técnico» de esta visibilización. La
contabilidad aumentará o disminuirá dependiendo de cómo preguntemos o qué
supuestos incluyamos bajo la rúbrica de violencia. Y lo que se ha venido haciendo
en España en paralelo a la toma de conciencia en torno al problema es
modificar los indicadores de violencia.
A mediados de los años noventa comienzan a conocerse las estadísticas del
Ministerio del Interior sobre este tema. A finales de la década se pueden observar
las discrepancias entre, por una parte, las cifras de las asociaciones de mujeres
—en particular por parte de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas,
pionera en España en ocuparse de las mujeres en situaciones de
violencia— y las proporcionadas por el Instituto de la Mujer, cuya fuente provenía
del Ministerio del Interior.
La metodología de la Federación en cuanto a la recopilación de datos sobre
la violencia de pareja con resultado de muerte era sencilla: hacer un seguimiento
sistemático de la prensa diaria y registrar los casos de asesinatos de mujeres
por parte de las parejas masculinas, ya fuera en situaciones de conyugalidad o
fuera de ella, en relaciones vigentes o pretéritas. Interior, por su parte, se limitaba
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7 Por razones de conveniencia electoral —con elecciones generales previstas para el 9 de
marzo de 2008—, no obstante, en enero de ese mismo año el Partido Popular, siempre contrario a
la discriminación positiva, ha comenzado a hacer sus primeras propuestas en este sentido. Vid. Rafael
Méndez, «Rajoy promete bajar 1000 euros los impuestos a todas las trabajadoras (El PP abraza
la discriminación positiva tras recurrir la Ley de Igualdad)», El País, domingo 13 de enero de
2008, España, p. 16.
a contabilizar la violencia ejercida por los cónyuges o parejas de hecho (incluidas
estas últimas desde 1998), sin tener en cuenta la que tenía lugar por parte de
excónyuges, y mucho menos entre novios, exnovios o pretendientes; además, no
incluía los datos de la Ertxantxa y de los Mossos d’Squadra. Previsiblemente,
siempre resultaban inferiores las cifras de Interior. Un ejemplo nos dará la idea
clara: mientras que en 1999 el Instituto de la Mujer manejaba las cifras de 42
mujeres muertas (Vives 2001)8, la Federación manejaba la de 68 mujeres.
Sin embargo, conviene recordar que por las mismas fechas el Instituto de la
Mujer realizó la primera de las Macroencuestas que viene efectuando con una
cierta periodicidad. En ella se pretendía estudiar el número de actos violentos,
especialmente en el ámbito doméstico, en los que las víctimas eran mujeres, violencia
perpetrada «por alguna de las personas que convive en su hogar, o por su
novio» (Vives 2001:89). Es decir, el Instituto comenzaba a modificar por entonces
sus criterios aun cuando todavía ello no se viera reflejado en sus estadísticas,
que provenían del Ministerio del Interior.
Haciéndose eco de las insuficiencias señaladas por los grupos feministas, en
2002 el Ministerio del Interior -lo cual fue recogido por el Instituto de la Mujer
en sus estadísticas- cambia algunos de los criterios manejados hasta entonces en
el recuento de las muertes. Se comienza a computar las causadas por otras parejas
más allá del matrimonio o las parejas de hecho legales, es decir, por los excónyuges,
excompañeros sentimentales, novios o exnovios. Otra novedad consistió
—tal y como se veía reflejado en la web del Instituto en julio de 20079
aunque no se mencionaba la fecha de esta modificación—en la inclusión de los
fallecimientos que tienen lugar con posterioridad a las primeras 72 horas desde
la comisión del delito. Igualmente se subsana el déficit de información en las comunidades
autónomas antes mencionadas: en septiembre de 2006—otra de las
fechas en que esta autora consultó la web del Instituto de la Mujer— se decía
que el Instituto estaba teniendo en cuenta los datos que le proporcionaban las organizaciones
de mujeres10—que, recordemos, al efectuar su recuento con las noticias
aparecidas en la prensa diaria nacional no padecían esta limitación «territorial
»—. Algún tiempo después –julio de 2007- ya constaba como propia una
forma de cuantificación basada «en un sistema mixto y unificado, en el que, partiendo
de las noticias aparecidas en los medios de comunicación, que son utilizados
como “sistema de alerta”, cada uno de los casos es, posteriormente, contrastado
con los datos provenientes del Ministerio del Interior y, en un futuro, del
ámbito judicial»11. Hasta aquí, pues, el relato de la primera «tensión» de la que
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8 En febrero de 2008 la web del Instituto de la Mujer da para 1999 otra cifra –de 54 muertaspero
porque ha reconstruido a posteriori sus propias cifras por medio de combinar noticias de los
medios de comunicación y los del Ministerio del Interior. Con todo, siguen sin concordar con las
proporcionadas en aquel entonces por las Mujeres Separadas. http://www.mtas.es/mujer/mujeres/
cifras/tablas/W805b.XLS
9 En febrero de 2008 continúa colgada la misma afirmación.
10 Esta información ya no aparecía mencionada en la web en julio de 2007.
11 http://www.mtas.es/mujer/mujeres/cifras/violencia/muertes.htm
hablábamos al principio, resuelta con la adopción institucional de los criterios de
las organizaciones de mujeres.
2.2.2. El testigo del cómputo realizado inicialmente por la ya citada Federación
de Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas fue recogido por
otras organizaciones y finalmente asumido por la Red de Organizaciones Feministas
(REF) contra la Violencia de Género, a cuya estructura pertenece la Fundación
Mujeres. Este grupo presentó en 2003 un Informe sobre violencia contra
las mujeres12. En él se alude a los que se siguen considerando insuficientes criterios
de Interior. La Fundación pide que «se recojan no sólo episodios de violencia
en función de la relación de parentesco, sino de la causa y el objetivo que
persigue esta violencia», porque a su juicio se están dejando fuera formas de violencia
que se ajustan a la definición que Naciones Unidas hace sobre «violencia
contra las mujeres» y se incluyen otras cuyo motivo es ajeno a una cuestión de
género13. De hecho, los datos oficiales del primer semestre de 2003 hablan de 37
muertes mientras que la REF consigna 45 víctimas. Unos meses después la
Red Feminista amplía en otro informe14 la contabilidad de la violencia a otras relaciones
familiares más allá de la erótico-afectiva: suegras, hijas, hijastras y
madres. Rechaza, por otra parte, ceñirse simplemente al ámbito familiar en que
se produce la violencia, incluyendo los casos encontrados de violencia no familiar
(asalto sexual, tráfico de mujeres etc.). Los desfases entre ambas estadísticas
se repiten en años posteriores.
En 2004 tiene lugar un inesperado vuelco en el Gobierno de la nación que, tras
las elecciones generales de marzo, pasa a ser socialista. El nuevo Gobierno anuncia
entre sus prioridades las políticas sociales, creando un nuevo alto cargo en el
seno del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales—la Secretaría General de Políticas
de Igualdad—. La primera ley promulgada por este Gobierno en esa legislatura
fue la Ley Orgánica 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección
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12 Fundación Mujeres, Informe sobre violencia contra las mujeres en España. Tasas y tendencias
de Homicidio/Asesinato 1999/2003 (www.mujeresenred.net/violencia.htm)
13 El artículo 2 de la Declaración de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra
la Mujer de 1993 especifica qué actos de violencia de género se incluyen bajo esta categoría:
a) «La violencia física, sexual y psicológica que se produce en la familia y en el entorno más
próximo, incluidos los malos tratos a mujeres e hijos, el abuso sexual de las niñas en el hogar,
la violencia relacionada con la dote, la violación marital, la mutilación genital femenina
y otras prácticas tradicionales nocivas para las mujeres, los actos de violencia perpetrados
por otros miembros de la familia y la violencia relacionada con la explotación.
b) La violencia física, sexual y psicológica perpetrada dentro de la comunidad en general, incluidas
la violación, el abuso sexual, el acoso y la intimidación sexuales en el trabajo, en instituciones
educacionales y en otros lugares, el tráfico de mujeres y la prostitución forzada;
c) La violencia física, sexual y psicológica perpetrada o tolerada por el Estado, donde quiera
que ocurra».
14 Dossier: Violencia contra las mujeres con resultado de muerte. (Estudio sobre noticias aparecidas
en prensa) (2003) (Red estatal de organizaciones feministas (12pp.). http://www.
refeminista.org/
Integral contra la Violencia de Género, denominada comúnmente Ley Integral,
aprobada por unanimidad en el Congreso de los Diputados: ningún partido quiso
quedarse fuera del consenso. No obstante, años después se mantienen algunas discrepancias
entre las instituciones y las organizaciones de mujeres en torno a los criterios
para la recopilación de los datos de las agresiones con resultado mortal.
En 2006 las muertas registradas por el Instituto de la Mujer ascendían a 68.
Otros datos, también oficiales, relatan que un total de 18 mujeres fueron asesinadas
en el mismo año por padres, hijos u otros familiares (El País, Sociedad, 5-
01-2007). A ello, según la REF, habría que sumar las producidas por agresión sexual,
tráfico de mujeres y prostitución. El número de asesinadas ascendería,
según estos criterios, a 9315. Los casos no incluidos en las estadísticas del Instituto
de la Mujer no están amparados por la Ley Integral—aunque sí lo están por
el Código Penal—y «por el momento» no está previsto cambiar la norma según
declaraciones de Soledad Murillo, Secretaria General de Políticas de Igualdad16.
Con todo, la página web del Instituto de la Mujer proclamaba, en julio de
200717, lo siguiente: «De forma progresiva, iremos incorporando nuevas variables,
así como otras tablas, relativas al número de mujeres muertas por violencia
de género en ámbitos distintos al de las relaciones de pareja/expareja (resto de
relaciones familiares o sin existencia de vínculo familiar alguno), si bien, en relación
con estos casos, existen, todavía, dificultades metodológicas importantes
que aún habrá que resolver»18.
No sabemos si esa incorporación a la estadística irá acompañada del cambio
en la ley que pospone Murillo. La cuestión no es baladí: supone incluir o excluir
de la contabilidad nada menos que a 18 mujeres. Significa re-pensar qué se entiende
por violencia de género más allá de que estemos hablando de violencia
contra las mujeres, al igual que de violencia que tiene lugar en el ámbito doméstico.
Abundaremos en ello en la segunda parte de este artículo. Entretanto,
llamaremos la atención sobre algunos casos en que la agresión tiene lugar en el
seno de la pareja con resultado de muerte y se efectúa de hombre a mujer pero
en los que, en nuestra opinión, no deberían contabilizarse como violencia de género.
Al menos una de las muertes a manos de la pareja contabilizadas como
violencia de género en 2006 no cabe por menos que calificarla de eutanasia «informal
» —fuera de los cauces médicos— por parte del marido (89 años), integrante
de un matrimonio calificado de ejemplar por los vecinos, a su mujer, también
octogenaria pero víctima de Alzheimer y osteoporosis avanzada19. Esto
incide, como podemos observar, en el tema de cómo se clasifican las muertes: en
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15 http://www.redfeminista.org/searchnoticias.asp?id=prostitucion2006.
16 El País, «18 mujeres fueron asesinadas en 2006 por padres, hijos u otros familiares», El País,
Sociedad, 5 de enero de 2007.
17 El mismo texto puede leerse en febrero de 2008.
18 Cabe preguntarse: ¿no habrá, además, preocupaciones presupuestarias?
19 Oviedo, 14 de diciembre de 2006, «Mata a su mujer, enferma de Alzheimer, y se suicida. Él
tenía 89 años, ella, 80». http://actualidad.terra.es/articulo/html/av21272623.htm. Para un comentario
crítico, vid. José Tovar Larrueca, «Violencia y amor», El País, Opinión, 15 de diciembre de 2006.
este caso puede considerarse como un acto de amor —y de desesperación20—
pero con el resultado de muerte, ¿es válido incluirlo en las estadísticas de muerte
por violencia de género por el hecho de que coincide en que ha sido una violencia
de hombre a mujer? En 2007 tuvo lugar un suceso terrible, en el que un
hombre mató a su madre, su esposa y su hijo y atacó a otras dos hijas en Toledo,
para acabar suicidándose, parricidio calificado como uno de los más trágicos
ocurridos en España en lo que va de siglo. Aparentemente, un caso más de violencia
de género. Pero cuando se lee la letra pequeña vemos, por una parte, cómo
este hombre, enfermo él mismo, llevaba media vida cuidando a casi toda su familia,
aquejada de distintos y graves problemas de salud, y por otra, cómo los vecinos
no daban crédito a lo ocurrido puesto que el presunto parricida «llevaba
toda la vida luchando por su familia», a la que trataba «muy bien» y con la que
estaba volcado21. Si tenemos en cuenta los criterios manejados, pongamos por
caso, por la Fundación Mujeres, en los que se pedía que se recogieran «no sólo
episodios de violencia en función de la relación de parentesco, sino de la causa
y el objetivo que persigue esta violencia» estos supuestos no deberían ser incluidos
como violencia de género. No obstante los dos episodios narrados han
sido incluidos en la contabilidad que la Red de Organizaciones Feministas contra
la Violencia de Género presenta en su página web, Red que, como comentamos
más arriba, incluye a la Fundación Mujeres.
3. LAS MACROENCUESTAS (2000, 2002, 2006)
3.1. La propuesta del Instituto de la Mujer: la ampliación
del concepto de maltrato
Además de redefinir conceptos, el feminismo se ha dedicado en los últimos
años a expandirlos poco a poco, a ampliar su contenido, como hemos entrevisto
con algunos ejemplos en la primera parte de este artículo. En esta segunda parte
analizaremos sobre todo la noción de maltrato técnico—utilizado por primera
vez en la Macroencuesta 2000—, las cifras que de ella se derivan y nos preguntaremos
sobre lo acertado—o no— de su producción/utilización22.
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20 Si en España fuera legal la eutanasia según la voluntad de quien la solicita el resultado contable
de estas dos muertes habría sido muy otro.
21 http://www.nortecastilla.es/20070217/vida/mata-cuatro-personas-misma_200702171649.
html. Jesús Duva, «Un hombre mata a su madre, su esposa y su hijo y ataca a otras dos hijas en Toledo
», El País, 18 de febrero de 2007, Sociedad p. 40.
22 Se incluyen los datos de la ficha técnica de las Macroencuestas de 2000 y 2006, por ser las
que más se utilizan en el presente artículo:
Universo: mujeres españolas (residentes en España, 2006) de 18 ó más años.
Ámbito: Nacional, incluidos los territorios de Ceuta y Melilla.
Muestra: 20.552 entrevistas (32.426 en 2006), con un error estadístico de + 0,7% (0,61% en
2006) para un nivel de confianza del 95,5% (dos sigma) y p/q = 50/50.
La forma de abordar conceptualmente el problema del maltrato influirá decisivamente
en los resultados que obtengamos. Centraremos nuestro análisis
preferentemente en la primera Macroencuesta (Instituto de la Mujer 2000) por el
impacto que tuvo en su momento —los grandes titulares de la prensa así lo reflejan—
y porque fue la que inauguró la serie, que no ha sufrido particulares
cambios en las sucesivas ediciones23.
La encuesta nace en el marco del Plan de Acción contra la Violencia Doméstica
de 1998 como la iniciativa más destacada en el área de investigación prevista
por el Plan. Surge con el objetivo de cuantificar los actos violentos contra
las mujeres en el ámbito doméstico, «los factores determinantes en la aparición
de los mismos, las consecuencias personales y sociales que acarrea el sufrir dichos
actos y, finalmente, la opinión de las víctimas sobre las posibles medidas a
tomar por parte de la Administración para erradicar la violencia y paliar sus efectos
» (Vives 2001: 12).
A lo largo del informe, se hace referencia a dos tipos de maltrato: maltrato
técnico y maltrato declarado. Maltrato tipo A «técnico»: «Las mujeres tipo A son
aquéllas que afirman que, en la actualidad, alguna persona de su hogar (o su novio/
pareja que no convive con ella) es causante, “frecuentemente” o “a veces”,
de al menos una» de las trece situaciones que se describen más abajo (Instituto
de la Mujer 2000: 10).
Maltrato tipo B «declarado»: se incluyen bajo este apartado a las mujeres
«que afirman haber sufrido alguna situación durante el último año por la que se
hayan considerado maltratadas por algún familiar, por su novio o por alguna persona
de las que conviven en su hogar, es decir, se autoclasifican como maltratadas
» (Ibid.: 10).
El informe extrae las siguientes conclusiones:
— Mujeres tipo A: El 12,4%—1.865.000 mujeres—admite en el momento
de la encuesta lo que se ha dado en denominar «maltrato técnico». «Es
decir, aunque ellas no se hayan reconocido explícitamente como maltratadas,
han sido consideradas “técnicamente” como tales al admitir, mediante
una batería de preguntas, que su pareja les insulta, amenaza o controla
de forma frecuente» (Vives 2001: 89).
— Mujeres tipo B: «El 4,2 de las mujeres españolas mayores de 18 años declara
haber sido víctima de malos tratos durante el último año por algu-
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Tipo de muestreo: polietápico, estratificado, con selección aleatoria de las unidades secundarias
(municipios) y selección de las unidades últimas (mujeres.
Distribución de la muestra: semiproporcional, con una cuota fija de 300 entrevistas por Comunidad
Autónoma y el resto proporcional a la población de cada una de ellas (excepción hecha en
2006 de las Comunidades Autónomas que han querido aumentar más su muestra). Por tamaño de
hábitat la distribución es proporcional dentro de cada autonomía.
Entrevista: telefónica mediante sistema CATI.
23 Datos de las otras dos macroencuestas de 2002 y 2006 serán citados circunstancialmente
cuando resulte pertinente para la argumentación.
na de las personas que convive en su hogar, o por su novio, lo que representa
un total de 640.000 mujeres entre los 15.028.000 de mujeres españolas
de 18 o más años» (Ibid.: 89). Es decir, se autoclasifican como
maltratadas.
En la mayor parte de los casos declarados en la Macroencuesta—el 52%—,
el agresor es el marido, la pareja o la expareja, correspondiendo el resto a maltrato
por otros miembros de la familia: un 12,5% de las que se declaran maltratadas
lo son por los hijos/as, un 11% por el padre, un 11,4% por la madre, un
17,9% por hermanos/as y un 13,8% por otras personas, familiares o no familiares.
Por lo que respecta a las mujeres consideradas como «técnicamente» maltratadas,
el 74,2% lo son a manos del marido, la pareja o la expareja, el 14,1%
por los hijos/as, un 13,5% por el padre, un 12,8% por la madre, un 3,6% por hermanos/
as y un 3,1% por otras persona, familiares o no familiares.
Las mujeres tipo A son aquéllas que han respondido «frecuentemente» o «a
veces» a alguna de las trece frases reseñadas a continuación:
1) Le impide ver a la familia o tener relaciones con amigos, vecinos.
2) Le quita el dinero que Vd. gana o no le da lo suficiente que necesita
para mantenerse.
3) Le insulta o amenaza.
4) Decide las cosas que Vd. puede o no hacer.
5) En ciertas ocasiones, le produce miedo.
6) No tiene en cuenta las necesidades de Vd. (le deja el peor sitio de la
casa, lo peor de la comida...).
7) Cuando se enfada llega a empujar o golpear.
8) Le dice que a dónde va a ir sin él/ella (que no es capaz de hacer nada
por sí sola).
9) Le dice que todas las cosas que hace están mal, que es torpe.
10) Ironiza o no valora sus creencias (ir a la iglesia, votar a algún partido,
pertenecer a alguna organización).
11) No valora el trabajo que realiza.
12) Delante de sus hijos dice cosas para no dejarle a Vd. en buen lugar.
13) Insiste en tener relaciones sexuales aunque sepa que usted no tiene ganas.
Se llega así a la cifra obtenida, que luego se extrapola al conjunto de la población.
Se tiene asimismo en cuenta no sólo a quien tiene pareja en el momento
de la encuesta sino el tipo de relaciones habidas hasta diez años atrás de la actualidad,
es decir, se pregunta por parejas y exparejas, incluyéndose como
hemos visto novios y no sólo maridos.
La Macroencuesta fue celebrada como un gran avance en el conocimiento de
la problemática del maltrato y por lo que de implicación seria por parte de la Administración
del Estado suponía. Las principales virtudes confesas del trabajo de
2000 eran la disposición por primera vez de información sobre malos tratos re-
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feridos a toda la población femenina mayor de edad, la amplia muestra utilizada
—20.552 mujeres fueron entrevistadas— y que aportaba datos sobre las variables
de control asociadas a la experimentación de actos de violencia, a fin de establecer
un perfil de las mujeres víctimas y sobre las consecuencias o sintomatología,
tanto física como psicológica, producidas por tales actos (Instituto de la
Mujer 2000: 3). En todo momento el trabajo compara a las mujeres maltratadas
con el conjunto de la población de mujeres (así como a los varones maltratadores
con el conjunto de los varones), con lo cual resulta plausible elaborar los perfiles
de las situaciones de maltrato. Del mismo modo, el manejar la categoría de
maltrato técnico permite detectar muchas situaciones de maltrato oculto, uno de
los graves problemas a los que se enfrentan las políticas preventivas en este terreno.
En relación con esto, es de agradecer que se profundice en la problemática
del maltrato y no sea sólo de muertes de lo que se hable—muertes entendidas
realmente como la punta del iceberg de un problema muy extendido, de hondas
raíces y graves consecuencias—.
3.2. ¿Es suficiente una sóla respuesta afirmativa «frecuentemente»
o «a veces» para considerarlo maltrato?
Ya hemos especificado que uno de los caminos para el incremento de las cifras
de la violencia es la ampliación del concepto de maltrato. Ahora es el momento
de analizar las implicaciones de dicha decisión. La distinción entre maltrato
declarado y maltrato técnico descansa, como sabemos, en el reconocimiento
directo o indirecto por parte de las mujeres de su situación particular de maltrato.
La diferencia, pues, no reside en el tipo de maltrato recibido sino en la autoconciencia
al respecto. En el caso de la Macroencuesta 2000, para asignar una situación
de maltrato «técnico» el estudio se atiene a la definición sobre los
distintos tipos de violencia que realiza el Consejo de Europa: violencia física, sexual,
psicológica, económica y estructural, y sobre esas definiciones se hacen las
preguntas. Las frases n.os 1, 3, 5, 8, 9, 11 y 12 reflejan situaciones de violencia
psicológica, las frases 4.a y 6.a, violencia estructural, la 2.a, violencia económica,
la décimo tercera, violencia sexual, la 7.a, violencia física y por último, la 10.a se
refiere a violencia estructural. Para entrar en la categoría de maltratada (técnica)
es suficiente haber contestado «frecuentemente» o «a veces» a alguna de las trece
frases mencionadas. En una encuesta similar realizada en el año 2000 en
Francia24, un año después que la española, un hecho sólo se calificaba como
agresión cuando se contestaba afirmativamente a tres de los interrogantes de los
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24 Encuesta «Nombrar y contar las violencias hacia las mujeres», de Maryse Jaspard y el
equipo Enveff encargada por el secretariado de derechos de las mujeres y realizada por teléfono entre
marzo y julio del 2000 con una muestra representativa de 6.970 mujeres El trabajo de campo de
La Macroencuesta 2000 se hizo entre marzo y julio de 1999. Las cuestiones planteadas en dicha encuesta
eran muy parecidas a las españolas, aunque abarcaba todo tipo de agresiones y no sólo las de
ámbito doméstico (Badinter 2004: 17-18).
que constituían presiones psicológicas, teniendo que ser una de las respuestas
«frecuente» (Badinter 2004: 32-34).
La idea de distinguir entre uno u otro tipo violencia mediante diferentes definiciones
de la misma no es exclusiva del maltrato. En los estudios de acoso realizados
en el contexto europeo se pregunta, de forma similar, además de directamente
por el acoso sufrido, indirectamente por situaciones de acoso recogidas
en una batería de preguntas en las que no se lo menciona de forma explícita.
«Mientras que hay bastante coincidencia en la acotación del “núcleo duro del
acoso” —como las agresiones físicas o el chantaje sexual25—, no sucede lo
mismo cuando se pretende medir ciertas situaciones del llamado acoso ambiental26.
Dentro de esta amplia categoría se pueden incluir desde miradas y chistes
obscenos hasta el contacto físico indeseado. Y dado que no hay una línea divisoria
férrea entre ciertas conductas sexistas y el acoso sexual, los datos finales
variarán en función de lo que se incluya en la categoría de acoso: cuanto más detallada
y exhaustiva sea la recopilación de experiencias y conductas, más elevados
serán los resultados» (Pernas y Ligero 2003: 135). La consecuencia, en
ambos casos, es que los episodios de violencia así registrados son mucho más
numerosos.
En el caso de la Macroencuesta 2000, las cifras engordan más que la encuesta
nacional francesa por el criterio de incluir como maltrato técnico una sola
de las respuestas que se haya respondido como «a veces»: «Las mujeres Tipo A
son aquéllas que hemos considerado maltratadas por haber respondido “frecuentemente”
o “a veces” a, al menos, una de las trece frases escogidas de las
veintiséis sobre las que se ha recabado información» (Instituto de la Mujer
2000: 8). De ahí las millonarias cifras que se manejan.
No es de extrañar, por tanto, que este tipo de formulaciones genere en la
prensa grandes titulares referidos a los malos tratos, ya sin matizar si se trata de
situaciones graves de violencia o de insultos y agresiones verbales muy imaginables
en situaciones de pareja, por no mencionar las violencias que se salen de
dicho marco27. La pauta para dicho tratamiento viene trazada ya por la propia dinámica
del Instituto de la Mujer, que aunque en algún momento suaviza la fórmula
al hablar de «cierto grado de violencia» o incluso de «vejaciones», el
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EMPIRIA. Revista de Metodología de Ciencias Sociales. N.o 15, enero-junio, 2008, pp. 99-124.
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25 El chantaje sexual se produce cuando «la negativa o el sometimiento de una persona a dicha
conducta se utiliza (en forma explícita o implícita) como base para una decisión que tenga efectos
sobre el acceso de dicha persona a la formación profesional o al empleo, sobre la continuación en
el mismo, los ascensos o cualesquiera otras decisiones relativas al empleo, obtención de una condición
laboral o cese en el mismo» (Rubinstein 1987).
26 El acoso ambiental se produce cuando la conducta de naturaleza sexual crea para quien la recibe
un ambiente «humillante, hostil e intimidatorio» (Ibid.).
27 «Violencia doméstica/primeros datos de una macroencuesta a 20.000 mujeres. Cerca de
650.000 españolas son víctimas en la actualidad de malos tratos. Más de dos millones dicen haberlos
padecido en algún momento de su vida», El Mundo, Sociedad, viernes, 4 de febrero de 2000
(cursiva nuestra). «Más del 11 por ciento de las españolas mayores de 18 años sufre malos tratos»,
ABC, Madrid., 17-12-2002. «Casi dos millones de españolas son víctimas de la violencia doméstica
», El País, 18 de diciembre de 2002, Sociedad, p. 28.
caso es que en lugares principales —objetivos y conclusiones— aparece sin
matizaciones que se pretende «cuantificar los actos de malos tratos contra las
mujeres... en el ámbito doméstico» (Ibid.: 3. Cursiva nuestra). ¿Es que acaso son
todos de la misma naturaleza?
Sin duda, esta falta de matización a la hora de producir y presentar los datos
favorece que incluso instancias habitualmente precavidas a la hora de manejar
los datos que avalan sus denuncias como es Amnistía Internacional no reparen en
grados de violencia cuando hablan de utilizar las leyes en los casos de las denuncias
de las mujeres. En concreto, Amnistía acude a las cifras de las Macroencuestas
de 2000 y 2002 para contrastar el número de maltratadas con las escasas
denuncias que en relación a ese número observa: «... las mujeres que
denuncian los abusos sufridos, a pesar de ser un porcentaje cada año mayor
(73.109 mujeres), sigue siendo una minoría respecto del total de mujeres que sufren
violencia de género» (entre 1.800.000 y 2.000.000 según oscilaciones de las
encuestas citadas de 2000 y 2002)28 (cursiva nuestra) (Amnistía Internacional
2006: 13). Si Amnistía reflexiona sobre la necesidad de acudir a la ley será porque
está pensando que las circunstancias son lo suficientemente graves como
para ello, y sin embargo estos grandes números esconden situaciones de patente
mala educación, agresiones verbales y abusos de poder pero que no todas indican
necesariamente «actos de malos tratos», contrariamente a lo que dice la
Macroencuesta. «La extensión del concepto de violencia a las agresiones verbales
y a las presiones psicológicas... abre la puerta a cualquier interpretación»
—señala Badinter (2004: 32)—. En la Macroencuesta, reconocerse indirectamente
como maltratada no gradúa por su gravedad las conductas incluidas bajo
tal epígrafe respecto a las que se autodeclaran como maltratadas; fundamentalmente
indica, como ya hemos comentado, el grado de autoconciencia.
3.3. La amalgama de sexismo y maltrato
La encuesta adolece de preguntas que mezclan en su formulación sexismo
con maltrato, cuando no son lo mismo las actitudes sexistas —reflejadas en algunas
de las preguntas— que el maltrato psicológico y menos aún que la violencia
física, letal o no.
Dado, pues, que no hay una línea divisoria clara entre ciertas conductas sexistas
y el maltrato en este caso –como también sucede en las situaciones de acoso-
se efectúa de nuevo una amalgama que engrosa las cifras. Con ello se hace,
por lo pronto, un flaco favor a quienes realmente están sufriendo violencia porque
se está metiendo en el mismo saco el sexismo—que existe hasta en las me-
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28 Amnistía Internacional, Más derechos, los mismos obstáculos, Amnistía Internacional España,
junio de 2006, p. 13. Bajo el título del informe se puede leer: «La protección efectiva de los
derechos humanos de las mujeres un año después de la plena entrada en vigor de la Ley de Medidas
de Protección Integral contra la Violencia de Género».
jores familias— y el maltrato. Por otra parte, la no distinción entre uno u otro
factor puede dar pie a presuponer que se está implicando que el sexismo conduce
siempre a la violencia: para que haya violencia de género tiene que haber previamente
sexismo pero la inversa no tiene por qué cumplirse—todo machista no
es necesariamente violento—. Si esto fuera así la gran mayoría de las mujeres
que tienen/han tenido parejas heterosexuales, en cuyo seno se dan habitualmente
mayores o menores dosis de sexismo, serían mujeres maltratadas. Se
produce de esta manera un error metodológico frecuente en las ciencias sociales
como es el de suponer relaciones de causa-efecto en todos los casos de la población
estudiada, lo cual no se corresponde con la realidad. Mutatis mutandis
podemos ejemplificarlo con lo que sucede a menudo cuando se habla del proceso
que conduce a la drogadicción: los expertos y desde las instituciones nos presentan
una especie de camino inexorable (Osborne 1990: 72) que va desde el uso
del cannabis –considerada droga blanda- a las drogas tachadas de duras —cocaína
y heroína, entre otras—. Se nos presenta una parte de los datos –en algunos
casos el recorrido va en efecto de una droga a la otra- por el todo, cuando en
realidad el consumo del cannabis y de otro tipo de drogas se mantienen independientes
entre sí en la gran mayoría de los casos. En el tema que nos ocupa, en
primer lugar se mezclan sin explicación convincente bajo el leit-motiv de «todo
es violencia» situaciones —insultos, sexismo, maltrato psicológico y violencia
física—que son cualitativamente diferentes entre sí. En segundo lugar, implícitamente
la Macroencuesta presenta como ineludible la escalada de hechos menos
graves a los más graves en una relación de causa a efecto cuando ello es sólo
parcialmente cierto. Se presentan como el todo las correlaciones estadísticas significativas
en sentido directo del tipo «el sexismo se correlaciona con violencia»,
lo cual invisibiliza la parte que corresponde a las de sentido inverso tipo «el sexismo
no se correlaciona con violencia».
Mayores precisiones conceptuales nos ayudarían a evitar estas confusas
mezclas, imposibles de resultar operativas en los terrenos de legislación, educativas,
de salud y políticas públicas. Muchas de las cuestiones que las macroencuestas
denominan maltrato técnico coinciden con las que Luis Bonino, combinando
una perspectiva foucaultiana con planteamientos feministas de género y
las prácticas de terapeutas familiares feministas, ha denominado «micromachismos
»: «las microviolencias —a las que he dado en llamar micromachismos—
son pequeños, casi imperceptibles controles y abusos de poder cuasi
normalizados que los varones ejecutan permanentemente... Son formas de dominación
“suave”... Son de uso reiterado aún en los varones “normales”, aquéllos
que desde el discurso social no podrían ser llamados violentos, abusadores o
especialmente controladores o machistas», que los emplean para perpetuar la situación
de dominación sobre las mujeres que la cultura tradicional asigna a los
varones (Bonino Méndez 2005: 87-88). La intención de Bonino es visibilizar estas
conductas como un primer paso en la quiebra de las relaciones de dominio y
la posterior andadura hacia unas relaciones más igualitarias. Se trata de dar herramientas
a los terapeutas para desactivar estos mecanismos de opresión. La de-
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tección para prevenir situaciones de maltrato por medio de vías educativas y terapéuticas
puede complementar a la vía judicial, tan en boga en nuestro entorno.
Queda claro que hay mucho más machismo que violencia, pero puesto que se
observa que las situaciones de maltrato se generan en un proceso y no de la noche
a la mañana, resulta esencial la detección de situaciones tempranas de abuso—
como proponen Bonino y muchos otros profesionales— en el sistema primario
de salud. El objetivo es paliar sus efectos vía talleres reeducativos o
terapéuticos, sin tener que esperar a situaciones más graves, donde necesariamente
ha de intervenir la vía penal. Pero para ello se ha de partir de que no todo
el micromachista será un maltratador más allá de su machismo recalcitrante.
3.4. ¿Violencia en el ámbito doméstico, contra las mujeres, de género?
Por otra parte en la Macroencuesta se investiga sobre la violencia en el ámbito
doméstico, que incluye la de parejas y exparejas pero también la de otras
personas del hogar—hijos/as propios o de las parejas, padre/madres y respectivas
parejas, suegros e idem, hermanos-as/cuñados-as, otras personas de la familia
y otras personas no familiares—. Aunque los porcentajes por uno u otro
concepto se presentan por separado en el interior del trabajo, el caso es que, de
nuevo, a la hora de las grandes cifras todo se amalgama en «violencia en el ámbito
doméstico», lo cual si bien conceptualmente es correcto se presta a confusión
si no se detallan bien los porcentajes respectivos. Y no estamos hablando de
casos anecdóticos: entre las mujeres consideradas «técnicamente» como maltratadas,
la mayor parte de los actos de violencia son causados por la pareja
(74,2%), cifra que baja en las mujeres que se declaran maltratadas (52%), pero
todo lo no englobado en esas cifras corresponde a otro tipo de relación más allá
de la erótico-afectiva (Instituto de la Mujer 2000: 64).
De hecho, la Ley Integral no ampara en su concepción de la violencia de género
la producida más allá de las parejas y exparejas masculinas, o sea, que la
considera sustancialmente diferente. Sin embargo, los porcentajes sobre la procedencia
de esta violencia diferenciada por quién la produce se obtienen con las
mismas preguntas que las que catalogan la violencia de género. Cabría entonces
preguntarse: ¿qué es lo que distingue a estos dos tipos de violencia? El resultado
–los efectos- es el mismo: lo que las diferencia es quién la produce. Pero sin embargo
a la hora de presentarlas se mezcla en un todo con el latiguillo «casi dos
millones de mujeres sufren maltrato...».
Abundando en la pregunta: ¿es esto violencia de género? la respuesta es matizable
si, por ejemplo, trazamos una divisoria respecto de quiénes causan la violencia
en función del sexo –una parte de esta violencia es causada por mujeres-
. El único porcentaje que a la hora de los resultados es desagregado por sexo es
el de la violencia producida por los padres y por las madres; pues bien, la violencia
generada por las madres representa el 11,4% en cuanto al maltrato declarado
se refiere, lo que equivale a 72.960 casos (frente a 70.400 de violencia por
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parte del padre) y un 12,8% cuando, siguiendo los criterios de la Macroencuesta,
el concernido es el maltrato técnico, lo que en cifras absolutas significa la
nada despreciable cifra de 238.720 mujeres (251.775 si el maltratador es el padre)
que manifiestan algún tipo de maltrato por parte de sus madres.
Podemos, pues, preguntarnos si es una violencia dirigida hacia mujeres por
el hecho de ser mujeres para sojuzgarlas en tanto que tales o queda mejor explicada
esta violencia por las diferencias de poder —por ejemplo la que va de padres/
madres a hijas—o la falta de autoridad—de las madres respecto de los hijos/
as—. Pero entonces, ¿cómo la denominamos? Y hecha la pregunta al revés,
¿qué es lo específico de la violencia de género que hace que todas estas violencias
se excluyan de una ley que trata de proteger a las mujeres? María José
Aguado, directora de un importante estudio sobre violencia escolar elaborado entre
la Universidad Complutense y el Instituto de la Juventud, comentaba las semejanzas
entre la violencia escolar y la violencia machista: «las dos se fundamentan
en un modo de relación basado en el dominio y en la sumisión»,
añadiendo que en su estudio, los agresores justificaban más la violencia machista
y racista29. Volviendo al caso que nos ocupa, ¿se trata de proteger a las mujeres
de toda la violencia que reciban, o hay una jerarquía en el tratamiento hacia la
violencia no por sus efectos—igual de «violentos» en los dos casos—sino por
de dónde proviene? ¿Le duele más a una mujer el golpe o el insulto que le produce
su hija o su hijo, su padre o su madre que el que le produce su novio o marido?
3.5. Violencias perpetradas por mujeres
Esto nos da pie a introducir uno de los temas tabúes sobre la violencia entre
personas que conviven y es el de las violencias perpetradas por mujeres, en primer
lugar contra otras mujeres. Todos los datos que se manejan públicamente
para denunciar la violencia de género se enfocan siempre hacia la violencia de
hombre a mujer. ¿Qué pasa con la violencia de mujer a mujer, sea de madres a
hijas—abundante, como se desprende de los datos presentados—, de mujeres en
parejas de lesbianas o entre chicas en los casos de acoso escolar? ¿Cómo la clasificamos?
Si hablamos de violencia de género, es decir, la que se produce entre
hombres y mujeres «en relación de pareja», ¿cómo calificaríamos la violencia física
o el maltrato psicológico que producen las mujeres hacia los hombres—en
pareja o con otro grado de parentesco—y los hijos varones? Las cifras—«menores
» al lado de las grandes cifras que corresponden a la violencia de hombre a
mujer—nos hablan de la violencia femenina, pero sin embargo a la hora del manejo
de los datos por los expertos y, de paso, en el imaginario público, parece
como si no existiera violencia por parte de las mujeres. ¿Qué sucede, pues, con
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29 Ana Alfageme, «M. José Díaz-Aguado/Experta en acoso escolar. Violencia escolar y machista
son similares», El País, domingo 15 de mayo de 2005, Sociedad, p. 39.
esta violencia, que se da de mujer a hombre, hacia otras mujeres, hacia las personas
mayores, hacia la infancia? Que los resultados de esas cifras menores no
vengan desagregados en las Macroencuestas indica la falta de voluntad de investigar
ese tipo de violencia. Que en la de 2000 el 48% de las mujeres que se
declaran maltratadas lo sean no por su pareja sino por otros familiares resulta altamente
significativo. En el único supuesto en que este dato se ha desagregado
por sexo ya hemos comprobado la magnitud de las cifras. ¿Qué cifras obtendríamos
si se hubieran desglosado los demás supuestos? En la Macroencuesta
2006 el maltrato declarado era, como es lógico pensar, de nuevo causado mayoritariamente
por la pareja o ex pareja —un 57,3%—, pero si nos fijamos en
«otros familiares», se repite que el único porcentaje desagregado por sexo es el
maltrato causado por los padres —un 6,8%— y por las madres —un 7,9%—,
que en cifras absolutas representa 53.510 mujeres que se declaran maltratadas
por sus progenitoras. Si realizamos el mismo cálculo para las que el estudio conceptúa
como maltratadas técnicamente, las cifras ascienden a 175.123 mujeres
(el 9,8% de las 1.786.978 mujeres maltratadas técnicamente). No parecen cifras
desdeñables. Sin embargo, en la parte extractada que ha realizado el Instituto de
la Mujer respecto del Informe completo, el tema se despacha de la siguiente manera:
«Entre el total de las mujeres residentes en España de 18 ó más años, el
7,2% son mujeres consideradas “técnicamente” como maltratadas, y lo son por
su pareja o expareja. Este porcentaje es menor que el obtenido hace cuatro
(8,7%) y siete años (9,0%).
La proporción de maltrato técnico causado por otras personas del hogar
no alcanza en ningún caso al 2,0% de la población femenina mayor de edad.
En cuanto al maltrato declarado, según se observa en el gráfico siguiente,
el 2.1% del total de mujeres de 18 años ó más son mujeres que se declaran
maltratadas por su pareja/ex marido/ex pareja, proporción algo más baja que
la obtenida en 2.002 (2,3%).
El maltrato declarado causado por otras personas del hogar no sobrepasa,
enningún caso, el 1,0%.
Se puede concluir, pues, que la persona causante de la violencia doméstica
es, en la mayoría de los casos, la pareja (ya sea la actual o el ex marido/ex
pareja). Con respecto a hace cuatro años se produce una disminución de mujeres
que se declaran maltratadas por su pareja» (cursiva nuestra).
Como se ve, el interés del estudio se orienta a expresar la disminución del
maltrato a lo largo de los años y a minimizar la importancia de las otras violencias—
las que no proceden de la pareja—.
En parecida línea, en el estudio comparativo por parte del Centro Reina
Sofía para el Estudio de la Violencia se afirma que «como la violencia de género
contra el hombre no es numéricamente significativa, habitualmente la expresión
“violencia de género” se refiere sólo a la violencia contra la mujer. Así lo
haremos también aquí» (cursiva nuestra), y no se menciona ninguna cifra que no
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responda a este criterio30. A nuestro juicio se podría haber señalado que las
cantidades de una y otra violencia no son comparables31, de igual modo que la
violencia de mujer a hombre no viene amparada por una ideología que apoya la
dominación y el control a los hombres por parte de las mujeres, sin que ello rebajara
un ápice la gravedad de la violencia de hombres a mujeres. De hecho, la
realidad es muy tozuda en cuanto a la ideología que apoya la dominación de género:
en un estudio realizado por María José Varela se analizaban 600 sentencias
relativas a delitos contra la vida, malos tratos, agresión sexual, impago de pensiones
y amenazas. «Por lo general» —según la investigación— «cuando son
ellos los autores del delito, las penas son más reducidas y las circunstancias atenuantes
se aplican con mayor frecuencia, mientras que en los casos en que el sujeto
activo es una mujer, las penas suelen aplicarse en su extensión más alta y las
eximentes se toman en cuenta en contadas ocasiones»32.
Cuando se analiza la violencia de mujer a hombre es evidente que la violencia
física es mucho menor en estos casos, y cuando se produce, a veces es una
violencia defensiva, pero no siempre. Nos referimos aquí a la violencia que se
hace por sadismo, de forma consciente y para hacer daño. Algunos estudios que
sí han analizado la cuestión hablan de que las mujeres son tan protagonistas
como los hombres en el maltrato psicológico (García Quesada y Gomáriz Moraga
2004: 6-8). Las cifras de violencia hacia personas ancianas y niños son muy altas,
y quienes en medida abrumadora cuidan a estos colectivos son mujeres. Así
pues, la casuística nos muestra que hay mujeres que maltratan a su descendencia,
matan a maridos33 e incluso a hijos34 y apoyan la violencia en las guerras35,
como en el genocidio de Ruanda, en el que de los 120.000 acusados, 3.564 son
mujeres (Badinter 2000: 83); torturan, como hemos visto en la cárcel iraquí de
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30 Centro Reina Sofía (ed.) (2007) II Informe Internacional. Violencia contra la mujer en las
relaciones de pareja (estadísticas y legislación) (2007) Serie Documentos (vol. 11) http://www.
centroreinasofia.es/
31 Esto, no obstante, resulta mucho más claro si lo referimos a la violencia física y la sexual; la
violencia psicológica hay que tratarla con más matices. Vid. García Quesada y Gomáriz Moraga
(2004).
32 Marta Costa-Pau, «Severidad judicial con las mujeres», El País, Domingo, 5 de enero de
2002.
33 «Una mujer mata a su marido y lo entierra en un cortijo en Almería», El País, 10 de diciembre
de 2005, Sociedad, p.26. «Una mujer degüella con un bisturí a su compañero sentimental
en Girona» (subtítulo de la noticia), El País, 3 de enero de 2006, Sociedad, p. 32. «Un hombre muere
apuñalado por su mujer en Toledo», El País, 13 de mayo de 2006, Sociedad, p. 32.
34 «Perder la vida a manos de los padres», El País, 21 de marzo de 2006, Sociedad, p. 46. Se
describen los resultados de un estudio pionero en España realizado por la psicóloga clínica y forense
Rosa Sáez Codina en la Universidad Autónoma de Barcelona sobre 31 sentencias judiciales de casos
de filicidio con 42 víctimas. El estudio encontró que, generalmente, actúa un solo agresor, que
en el 47,6% de las veces es la madre.
35 Como señala la historiadora británica Joanna Bourke, si las mujeres apenas han podido
manejar directamente las armas, sí han podido imaginarse vicariamente en tal situación, sin los problemas
de conciencia que pueden llegar a plantear a los combatientes los actos de crueldad (Bourke
1999).
Abu-Grahib y antes ya nos enseñó el nazismo (Ibid.: 80-83)36; y, además, en las
relaciones de pareja ejercen la violencia psicológica. Las agresiones por parte de
los adolescentes, que está cobrando protagonismo en los últimos tiempos, incluye
asimismo a las chicas, casi siempre contra otras chicas37 . Del mismo modo, en
las relaciones de pareja comienza a aflorar la violencia entre mujeres38.
Es decir, las mujeres pueden ser también muy violentas, a veces con violencia
física directa, muchas otras con violencia más sutil, psicológica. Una pregunta
central que nos debemos hacer en relación a la Macroencuesta sería la siguiente:
si hablamos de violencia en el ámbito doméstico como se hace en la
Macroencuesta, ¿qué pasaría si se hacen las mismas o parecidas preguntas a los
hombres?39 ¿Cuántas respuestas positivas sobre violencia ejercida de mujer a
hombre obtendríamos si aplicamos los mismos criterios de cuantificación? Por
parte del Instituto de la Mujer se proclama como una de las principales virtudes
confesas del trabajo de 2000 (Instituto Mujer 2000: 3) la disposición por primera
vez de información sobre malos tratos referidos a toda la población femenina
mayor de edad. No hay el menor asomo de duda de la justeza de entrevistar sólo
a mujeres, máxime que se ha hecho comparando a las maltratadas con el conjunto
de la población femenina, pero nos tememos que la evidencia muestra que
la violencia, sobre todo la psicológica, es patrimonio de ambos sexos40. Sólo preguntar
a las mujeres y no a los hombres por la violencia que reciben parece estar
presuponiendo como punto de partida que las mujeres son incapaces de maltrato
y sin embargo hemos desgranado su capacidad para diversos tipos de violencias;
con esta estrategia se sobreentiende de paso que los hombres son los únicos
victimarios y que las mujeres sólo pueden ser víctimas—y nunca victimarias—;
si no, ¿por qué no se intenta medir su potencial maldad?
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36 En España, en el caso de las agresiones grabadas en vídeo en una comisaría catalana, también
aparecían dos mujeres policía «agrediendo» a una detenida. «Un vídeo policial muestra la agresión
de dos “mosses” a una detenida en comisaría. (Subtítulo) Una policía abofetea a una joven que aparece
esposada por la espalda y semidesnuda», El País, 31 de mayo de 2007, España, p. 31.
37 Un estudio realizado en la Comunidad de Madrid sobre 4.600 escolares de 222 aulas de la región
este mismo año (2005) señala que aunque su porcentaje es pequeño—6%—comparado con la
violencia general detectada, «el número de chicas con un comportamiento agresivo en las aulas se ha
duplicado». El País, martes 20 de septiembre de 2005, Madrid, pp. 1 y 3. Otra noticia de violencia
entre muchachas adolescentes señalaba que Klara G. C. murió por cuchilladas de dos compañeras de
Instituto en San Fernando, Cádiz. (Mención en El País, editorial, 17 de octubre de 2005, Opinión p.
14). Vid. Asimismo: «La policía investiga si el suicidio de una chica en Alicante se debió al acoso escolar.
Los padres denunciaron hace cinco meses a varias compañeras por agredirla», El País, 3 de
mayo de 200, Sociedad, p. 34. «El juez prohíbe a una niña de Elche acercarse al alumno al que agredió
en tres ocasiones», El País, 21 de noviembre de 2006, Sociedad, p. 34.
38 Maite Mateos, «Por el derecho al divorcio: la violencia en las parejas de mujeres lesbianas»,
Hika, 171/172, noviembre-diciembre de 2005, pp. 30-31. «Condenada una mujer a cinco meses de
cárcel por violencia contra su ex compañera», El País, 28 de diciembre de 2004, Sociedad.
39 Badinter realiza la misma demanda en relación a Francia, p. 96. Según su testimonio, la encuesta
Enveff «se refiere exclusivamente a la violencia que se inflige a las mujeres, y a nadie se le
ha ocurrido formularles preguntas similares a los hombres» (Badinter 2004: 91).
40 Es más, el prejuicio sexista suele afirmar que los hombres son más «noblotes» y directos y
que las mujeres son mucho más retorcidas psicológicamente.
4. REFLEXIONES FINALES
Persiste, pues, la tensión —bien que amable a estas alturas— entre los distintos
sectores implicados como actores sociales en lo que a las cifras de asesinatos
se refiere. Perduran los intereses divergentes, aunque las dos partes hayan
acercado posturas.
Desde las instituciones parece preferirse que no aparezca en la contabilidad
tanta violencia, se hable de muertas como de maltrato. Entre los posibles motivos
podemos apuntar que puesto que con la Ley Integral el Estado asume públicamente
su intervención como líder en el intento de contención de la violencia de
género, cobra en su haber tanto los éxitos como los fracasos en la aplicación de
dicha política. Una forma de medir tal cuestión es el aumento o la disminución
de las mujeres en situación de maltrato así como de las muertes de mujeres. En
los últimos años se ha efectuado una enorme labor para hacer aflorar la violencia
oculta, que incluye el recuento de las agresiones que reciben las mujeres, como
hemos narrado en estas páginas. En consecuencia, desde las Administraciones se
necesita tener cifras importantes para que sus políticas sean tomadas en serio. Sin
esta tarea no hay prevención ni intervención posibles, pero al mismo tiempo las
cifras han de ser grandes ma non tropo porque entonces pueden parecer un fracaso
de las tales políticas. El continuado desfase con las cifras de asesinadas obtenidas
por las feministas avala esta hipótesis, así como el énfasis de la última
Macroencuesta en la disminución de los números relativos al maltrato. En un
contexto de importantes críticas al funcionamiento de la Ley Integral, resulta lógico
que se prefiera no incluir todos los supuestos que desde los criterios feministas
aquí presentados supondría la ampliación de las cifras de muertes y de su
ámbito de intervención. Cabe reiterar, además, que si aumentan las cifras aumentan
los gastos. Igualmente, destacar la rebaja del número de maltratadas
apunta a subrayar el éxito de las políticas emprendidas.
Desde el feminismo y las ONG implicadas de una u otra forma en las cuestiones
que tienen que ver con la violencia de género y la aplicación de la Ley Integral
tiene sentido a su vez el continuo intento por ampliar los supuestos de la
estadística y de la cobertura por parte de la Ley Integral. Su política de presión
constante a la Administración ha contribuido al afinamiento de las estadísticas y
a incluir en ellas casos que quedaban indebidamente fuera de la siniestra contabilidad
de los asesinatos. Por otra parte, ello justifica su razón de existir y apunta
a la posibilidad de expandir su espacio de influencia, obtenido de forma muy
notable gracias a este ámbito de competencia y al éxito de su política de lobby.
El cuestionamiento constante de las cifras de muertes ha sido una forma, no
sólo de ajustar los datos a la realidad sino que ha tenido como resultado llevar la
discusión a la palestra pública y lanzar políticas. Del mismo modo, las Macroencuestas,
al igual que se ha hecho en las situaciones de acoso, apuntan a una
ampliación del concepto de agresión con parecidos resultados, con el interesante
objetivo —y efecto— añadido de sacar a la luz situaciones de subordinación
crónicas, ocultas incluso para las propias afectadas. Las cifras millonarias así ge-
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neradas engloban el sexismo profundo de estructuras sociales clave como son la
familia o el entorno laboral, pero la dificultad y la ausencia en suma de distinción
entre lo que sea sexismo en sentido amplio y violencia en sentido específico pervierten
a nuestro entender las potencialidades de dichas evidencias.
El sexismo debería ser empleado como un contexto explicativo de la agresión
pero no como una gradación de la misma. Mezclar todo en el mismo saco
desdibuja los matices de una problemática muy amplia y las prioridades en las
diferentes líneas de atención de las políticas públicas: las políticas de prevención
y las de atención de la violencia allá donde ésta se produce. Los ámbitos educativo
y sociosanitario de atención primaria corresponden más a la prevención
mientras que al ámbito jurídico y asistencial compete el castigo de la violencia y
sus secuelas de atención «integral» a las víctimas. Si bien es cierto que se están
haciendo esfuerzos en todos los terrenos de intervención, la acometida mediante
la vía penal de todas las situaciones donde se vislumbre alguna situación de
maltrato tal y como éstas son definidas en sentido amplio, y que en la práctica incluye
lo que Bonino denomina «micromachismos», crean un nuevo discurso que
se percibe mayoritariamente como jurídico-proteccionista, y que discurre de
arriba abajo desde el Estado a la sociedad, en detrimento de otros posibles enfoques
que incidieran sobre todo en las fases educativas y de autoconciencia de
la problemática que afecta a tantas mujeres41.
Algunas de las medidas emprendidas como la activación de los recursos públicos
sólo si media denuncia legal merecen una atención particular. Ello significa
que es posible que haya quienes recurran a este mecanismo legal aunque a lo
mejor no lo tengan tan claro si quieren entrar en el circuito de las medidas de
protección y demás mecanismo prescritos en la Ley Integral. Quizás esto ayude
a explicar la retirada de muchas de las denuncias, la no solicitud de las órdenes
de alejamiento o su incumplimiento frecuente por parte de las víctimas o la negativa
a ratificar declaraciones previas, fruto del fragor de la disputa que haya
servido de detonante en ciertos casos. Supone por otra parte, como ya hemos indicado,
alzaprimar la vía penal frente a la vía sociosanitaria en el ámbito de la
detección precoz de las situaciones de abuso, como argumentan a menudo los
profesionales de estos ámbitos (Ruiz-Jarabo Quemada y Blanco Prieto 2005).
En el terreno que compete más directamente a las ciencias sociales cabe resaltar
las implicaciones metodológicas de ciertas decisiones. Es evidente que si no
hay preguntas no hay respuestas.Macroencuestas que sólo preguntan a las mujeres
—y no a los varones—no permiten ajustar entre los sexos las situaciones reales de
maltrato «técnico» no ya sólo en el seno de la pareja sino en el más amplio ámbito
de lo doméstico. Amalgamar todas las agresiones sin puntualizar a la hora de
presentar los resultados contribuye a reforzar indebidamente la ya de por sí grande
cifra de los hombres maltratadores y a invisibilizar otras violencias que las mujeres
no sólo padecen sino que también cometen. Matizar los resultados rompería
la visión exclusivamente victimista de las mujeres cuya contrapartida ineludible es
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41 Vid. En esta línea a Larrauri (2007) y Maqueda (2007).
la (excesiva) demonización de los varones. Como ya hemos señalado, en todo maltrato
de hombre a mujer entendemos que hay sexismo pero no todo sexismo deriva
hacia una situación de violencia. Con todo, el sexismo no es el único fundamento
de la violencia ni de pareja ni en el ámbito familiar. En las situaciones en las
que las mujeres cometen abusos o agresiones no habrá sexismo—que conecta con
una situación social de dominación crónica de un sexo hacia el otro—pero sí una
lógica de dominio y de control muy parecida, aunque sin el refuerzo social comentado.
Cuando las circunscribimos a las relaciones de pareja desde luego que se
juxtaponen con el ámbito de «las relaciones de género». Afrontar conceptualmente
estas situaciones sigue siendo necesario porque podría ayudar a acercar las
medidas que se emprendan a las situaciones «realmente existentes».
En los últimos años ha tenido lugar la coincidencia entre la parte más visible
del discurso feminista —y las organizaciones correspondientes— con las políticas
institucionales. El esfuerzo constante y reiterado de presentar a las mujeres
primordialmente como víctimas—y a los varones como victimarios como obligada
contrapartida— acucia la pregunta: ¿dónde queda en el planteamiento actual
la agencia de las mujeres? Colapsar sexismo y violencia ha hecho cobrar excesivo
protagonismo al ámbito jurídico, confiándose en exceso en su potestad
para erradicar la violencia. Va siendo quizás hora de que las mujeres confíen,
además, en su propia agencia.
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RESUMEN
Desde finales de los años noventa del pasado siglo, cuando en España se
tomó conciencia sobre la gravedad del fenómeno de la violencia de género, las
Administraciones Públicas, empujadas por el feminismo, han ido afinando las
herramientas conceptuales y estadísticas a fin de lograr la contabilidad imprescindible
para la intervención pública. A partir de lo que se incluya bajo esta rúbrica
se ha de distinguir entre «la violencia de género» y «las cifras de la violencia
»: entre la definición «abstracta» de la violencia y las cifras median los
«indicadores» de qué se considera violencia, y ello depende en buena parte, en
primer lugar, de la toma de conciencia del problema y, en segundo lugar, de los
diversos intereses en liza; en definitiva, es una cuestión política. En el presente
artículo analizaremos las razones de sucesivas ampliaciones de las cifras de la
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violencia y revisaremos críticamente algunas de las transformaciones conceptuales
que las han acompañado.
PALABRAS CLAVE
Violencia de género, cifras de la violencia, Instituto de la Mujer, feminismo,
macroencuesta.
ABSTRACT
From the end of the last century Spain became conscious of the seriousness
of gender violence. Thereafter and under the influence of feminism, the Establishment
set conceptual and statistical tools to reach the necessary accounting to
undertake public policies. According to what is included in the definition of violence
it might be necessary to distinguish between «violence» and the «violence
data»: in between we find the «indicators» of what is meant by violence. This
depends, on the one hand, of the consciousness of the problem; on the other
hand, of the different interests involved. In sum, it is a political issue. In this article
we will analyse the reasons behind the constant broadening of violence
data. We will also revisit with a critical vision some of the conceptual changes
which have taken place.
KEYWORDS
Gender violence, violence data, Women’s Institute, feminism, macrosurvey.
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