domingo, 7 de diciembre de 2008

ESTHER TUSQUETS: EL MISMO MAR DE TODOS LOS VERANOS

Cruzo la puerta de hierro y cristal, pesada, chirriante, y me sumerjo en una atmósfera contradictoriamente más pura –menos luz, menos ruidos, menos sol-, como si desde la mañana polvorienta y sucia, esas mañanas sofocantes y obscenas de los primeros días del verano en mi ciudad sin primavera, me hubiera refugiado en el frescor de piedra de una iglesia muy vieja, donde huele remotamente a humedad y a frío, el frío de un invierno no ahuyentado todavía aquí por el bochorno del verano, y en cuyo aire se entrecruzan, desde las altas cristaleras polícromas, múltiples rayos de luz.

(…)

Y sólo en el último instante, cuando el mozo ha subido ya al taxi el equipaje, y ella ha pagado la cuenta, y distribuido las propinas. Clara me da un beso leve en la mejilla, sonríe con la sonrisa triste de mi Clara de siempre, perdida por unos instantes su seguridad y su aplomo, acerca mucho su boca a mi oído y susurra, no sé si como último palmetazo del castigo o como signo de perdón, pero en cualquier caso como prueba inequívoca de que hasta el final me ha comprendido: “…Y Wendy creció.”



TUSQUETS, Esther, El mismo mar de todos los veranos, Barcelona, Lumen, 1981, ISBN: 84-264-4014-2, 229 pp., págs.: 7 y 229.

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