miércoles, 5 de diciembre de 2012

ASUNCIÓN OLIVA: NIKOS DIMOU. LA DESGRACIA DE SER GRIEGO





    Nikos Dimou, La desgracia de ser griego, Barcelona, Anagrama, 2012.         
                   
                                 "Pues bien, al escribir sobre la desgracia, he escrito también  sobre la felicidad." "Sobre la felicidad de la desgracia de ser griego."

El libro de Nikos Dimou que acaba de publicarse en la Editorial Anagrama, traducido por Vicente Fernández González, fue editado por primera vez en Atenas en el año 1975. La forma en que está  escrito, 193 aforismos, divididos en seis  capítulos y un Post Scríptum para la edición de 2012, es excelente porque sus aforismos no se presentan de forma inapelable y rotunda, sino, como dice el mismo autor, "dardo - pausa - dardo. Insinuaciones y reflexiones."[1] Muy bien trabados entre sí, acercan fácilmente al lector a la firme argumentación subyacente.
Lo que más me ha llamado la atención de este libro es el año en que fue escrito: 1975. En Julio de 1974 Grecia acaba con la Dictadura de los Coroneles mientras los españoles estábamos bajo el franquismo que acabó con la muerte del dictador en noviembre de ese mismo año. Grecia entró en 1981 en la  Unión Europea mientras España lo hizo en 1986. Si 1975 fue un año en el que Grecia gozaba de nuevo de democracia, los españoles en diciembre nos preguntábamos qué iba a suceder después. Por esta razón, en el aforismo 127 cuando Dimou dice que "Grecia tiene la peor seguridad social, el mayor número de accidentes de tráfico y el sistema educativo más pobre" (127) y espera que algún país como Portugal le desmienta en algo, sin necesidad de tirar de estadísticas es seguro que España  estaba peor que Grecia, con la añadidura de no tener ni libertad ni derechos. Por ello, al releerlo, he intentado ponerme en el lugar de un español de la misma época y comparar nuestra situación con la Grecia que describe Dimou. Lo que me lleva a advertir que este texto no pretende ser una crítica literaria sino una aportación al debate que el autor quiere suscitar .
Empiezo con una confesión: hay algo que me resulta espinoso al leer este libro hoy, en 2012: aceptar las generalizaciones que el autor hace del "alma" o del "espíritu griego". Esta concepción, que aparece con Herder y la recoge Nietzsche, fue criticada por filósofos como Dilthey y considerada, más tarde, como deudora del psicologismo. Sin embargo, ya en el siglo XX y entre los antropólogos aparece la idea de "cultura" muy ligada a la de "identidad", concepto que luego va a utilizar nuestro autor. La cuestión es que el concepto de cultura puede considerarse como esencialista, es decir, monolítico, sin fisuras, o puede abrirse a posibles interacciones con otras culturas y aparecer como algo fluido, cambiante (Geertz), al igual que el de identidad, concepción por la que me inclino. Y es precisamente en la década de los 80 cuando aparecerán las tensiones entre estas dos visiones de cultura e identidad. Por ello el libro no puede tener en cuenta este debate debido a su fecha de publicación.
Sin embargo, aceptemos las dicotomías que Dimou plantea entre las figuras de Alejandro Magno y el personaje central del teatro de sombras: Caraguiosis. Considero que son figuraciones más que arquetipos. Según el autor, el griego actual siempre escogerá al primero. Alejandro Magno, hijo de Filipo II de Macedonia y que tuvo a Aristóteles como preceptor, parece que admiraba tanto a la Atenas clásica que estaba seguro de que si la conquistaba, y con ella al resto de Grecia, llevaría a su apogeo una civilización que estaba hecha a la medida del hombre. La polis no era el Imperio y la lucha que libraron los atenienses contra Alejandro y otros invasores contribuyó a destrozarla. Pero, siguiendo con las comparaciones, gran parte de nuestra generación del 98, sobre todo Unamuno y Ortega, analizaron la obra de Cervantes centrándose en las figuras de Don Quijote y Sancho. No sé si podría servir esta comparación para acercarnos a la de Dimou. Don Quijote no era Alejandro, pero seguramente Sancho podría ser el equivalente a Caraguiosis. Alejandro fue el creador de un imperio pero tenía una concepción de su Imperio tan "idealista" (si podemos utilizar esta expresión) como Don Quijote de la vida y Unamuno de la España posterior a la pérdida de las últimas colonias. La diferencia residiría, creo, en que si el griego actual, según dice el autor, tuviera que escoger, se decantaría por una figura de su propia historia. En cambio, para los jóvenes españoles de 1975 ninguna de las dos figuras les resultaba atrayente, porque en ese momento formaban parte de un pasado siniestro del que huían pensando que el futuro forzosamente tendría que ser mejor. Es decir, si aceptamos lo que el autor dice, los griegos están más vinculados a su historia que los españoles lo estaban entonces a la nuestra. No me atrevo a afirmar que hayamos cambiado excesivamente de actitud. Considero, en cambio, que esto tiene mucho que ver con la "identidad griega" que Dimou va a cuestionar.
Entrando ya en el corazón de la obra, el autor parte de una definición de felicidad cuando menos discutible: el estado por el que la realidad coincide con nuestros deseos. Y un poco más adelante, habla del "estado de equilibrio que llamamos felicidad."(8) Lo cierto es que para muchos filósofos y otros que no lo son, la felicidad, cuando existe, no es un estado de equilibrio, es un estado en el que la emoción está presente y la emoción, como su nombre indica, implica movimiento. Sin embargo, lo que sí es cierto es que "el ser humano es un animal trágico." (16) "Cuanto más humano es alguien tanto más desea y demanda, tanto mayor es la brecha. Y si es héroe, lucha y perece. Y si es artista, intenta llenar la brecha con formas."(17) Una definición de felicidad que al final va a matizar.
El elemento que sobresale en todos los comentarios que he podido leer sobre este libro se refiere a la "clarividencia" de Dimou cuando afirma que ya, en aquel momento, los griegos viven por encima de sus posibilidades (32), considerando esto como un rasgo del carácter nacional. Y ello sin estar aún en la U.E., sin las ayudas de esta, varios años antes de aquellos Juegos Olímpicos que parece que fueron el comienzo de todas las "burbujas". Estimo que si nos quedamos solo con esta idea, no habremos entendido el pensamiento del autor. Dice Dimou que "cualquier pueblo que descendiera de los antiguos griegos, sería automáticamente desgraciado. A menos que pudiera olvidarlos o superarlos."(49) Esta es para mí la idea fundamental de la que se deriva todo lo demás. ¿Podemos hacernos idea los españoles, los italianos, los alemanes, hasta los franceses que se enorgullecen (aunque cada vez menos) de la Ilustración, la Revolución francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre, de esa herencia tan admirable y, a la vez, tan pesada? Esa sí es una característica de ese pueblo, que no creo que ningún otro tenga. "Es horrible no sólo no poder superar, sino no poder siquiera  comprender las obras de tu padre." (54) El autor divide a los griegos actuales en tres categorías: los conscientes, los que han sentido el peso de su herencia y les abruma; los semiconscientes que solo saben "de oídas", que conocen la perfección de sus antepasados y les halaga cuando se les habla de ella pero sienten desasosiego porque no los comprenden del todo y no pueden emularlos. Por último, los inconscientes, los que más se parecen a los personajes del teatro de sombras y que conocen a los antiguos gracias a los mitos y las leyendas populares. "Esas personas...son las que crearon la tradición y el arte popular. Las únicas que han vivido sin la angustia de la herencia."(56) Esa herencia constituye para el autor una de las raíces de lo que llama el Complejo Nacional de Inferioridad de los griegos. Si embargo, no veo en el autor una referencia explícita al hecho de que esta magnífica herencia se forjara interpretando e integrando  las múltiples influencias orientales que absorbieron para construir una cultura "diferente" a todas las demás. Seguramente sin ellas la cultura griega no sería la que conocemos.
 La segunda raíz tiene relación con los ¿otros? "europeos". Cree que los griegos no se sienten europeos, se perciben siempre "fuera". El autor mismo se pregunta hasta qué punto lo son. De Europa solo les llegaron "escasos ecos de los grandes movimientos culturales" que crearon la civilización contemporánea, y entre ellos cita: la Escolástica medieval, el Renacimiento, la Reforma, la Ilustración y la Revolución Industrial. (62) Bien, si a eso vamos, nuestro país lo único que tuvo fue lo peor de la Escolástica; nuestro Renacimiento empezó llamándose plateresco, una amalgama de elementos góticos y algunos rasgos importados (el Greco, cretense, fue el mejor de  nuestros pintores y se encargaron obras de italianos o de autores formados en Italia) y terminó con el siglo XVII, que fue llamado de Oro, pero que ya no era Renacimiento. Aquí nos llegó la Contrarreforma y su esbirro, la Inquisición. De la Ilustración poco supimos porque los que sabían algo fueron ejecutados y de la Revolución Industrial......¿qué decir? Sin embargo, a los españoles no nos preocupó esto cuando "nos" metieron en Europa; más bien consideramos que era natural. Aquello de que "Europa acaba en los Pirineos" nos ofendía. Posiblemente hoy la percepción haya cambiado desde la entrada del euro y sobre todo a causa de la crisis que nos azota y en la que a Europa le traemos al pairo. Por lo tanto, pienso que esa segunda raíz, si existe entre los griegos, existe igual entre los españoles, portugueses y algunos pueblos más.
Ya he hablado antes de la evolución del concepto de cultura y de identidad. Habría que añadir que este último concepto se forma al mismo tiempo que el concepto de Nación. Pues bien, me parece demasiado tajante decir que los griegos son un pueblo sin identidad y que esto les hace sentirse fuera de "los otros europeos." "Si la trayectoria de la Nación hubiera sido normal, tal vez no tendríamos hoy problemas de identidad."(72) ¿Qué nación entre las europeas ha tenido una trayectoria "normal"? Tanto Italia como Alemania se constituyeron como nación en 1870 y 1871 respectivamente. Francia, después de estar dividida en el siglo XVI por las guerras de religión, fue ocupada por los alemanes en el siglo XX. Este mismo siglo estuvo dominado en Europa por dos Guerras Mundiales; durante la Segunda, Alemania ocupó una serie de países, entre ellos la misma Grecia. España, de la que tanto se ha escrito que fue la primera en constituirse en nación a fines del siglo XV, entró luego en una etapa de luchas sucesorias hasta que, gracias a la explotación de las Indias Occidentales, tomó el mando como emperador Carlos I, quien también lo era de Alemania. No hay ninguna normalidad en la trayectoria de estas naciones. Y, en cuanto a los problemas de identidad, si hoy preguntáramos a españoles de a pie qué tienen en común con el resto de sus compatriotas, nos llevaríamos un gran chasco con las respuestas. Creo que ni las vicisitudes de las naciones ni las invasiones que hayan sufrido pueden ser determinantes para formar o no parte de algo que, en su comienzo, parecía prometedor, pero que no se ha realizado: la idea de una Europa unida.
Es más, los españoles no tenemos ni hemos tenido nada parecido a lo que Dimou llama, con una bella metáfora, la "sal de la grecidad"(78) cuando dice temer que los griegos la lleguen a perder.[2] Esa "sal" no sólo proyectó e hizo posible la "polis" sino que, además, un griego del siglo IV a.C., Zenón de Citio, introdujo la noción del cosmopolitismo: el sabio debe ser ciudadano del mundo. Es decir, no le daba tanta importancia a la identidad de los pueblos sino a ser solidarios e iguales a todos los seres humanos. Creo que esto forma parte también de esa "sal".
Sobre los aforismos que se refieren a las instituciones, opino que se podrían aplicar a España con pocos cambios. Por ejemplo, cuando dice de la educación griega que se fundó en un principio que era "peor que nada". "Era una contradictio in terminis: la civilización greco-cristiana. Dos nociones que se repelen mutuamente en un mismo adjetivo."(123) Estoy plenamente de acuerdo con esta idea, aunque sabemos que hay sectores en Europa que dan al cristianismo incluso más valor que a la herencia griega. En España, si nos trasladamos a 1975, la educación tenía poco en cuenta todo lo que no fuera el catolicismo y la idea de "España como unidad de destino en lo universal"(¡!). En cambio, no puedo estar de acuerdo con las reflexiones que dedica a las mujeres. "En tanto que el hombre griego tiene que luchar para liberarse de sí mismo, la mujer griega tiene que combatir para liberarse del hombre griego. Después llegará el momento de la lucha consigo misma."(148) Me doy cuenta de que en aquella época las únicas "europeas" que luchaban por sus derechos (no contra los hombres) eran unas pocas francesas e italianas. Pero la lucha no puede ser individual, ni dividida. Las mujeres y los hombres tendrán que luchar juntos contra la estructura patriarcal de la sociedad y de la religión griegas, lo mismo que en los demás paises "europeos".
Ahora bien, la clave del libro está en el Epílogo. "Porque tal vez la verdadera felicidad para los griegos no resida en el equilibrio estático (tan precario, por otra parte) entre oferta y demanda, sino en la dialéctica agonística de la vida."(171) Es decir, la brecha entre el deseo y la realidad está ahí y no se puede obviar. Y "todos aspiramos a la felicidad. Pero si alguna vez los seres humanos llegaran a reconciliarse plenamente con la realidad, el espíritu griego -el espíritu trágico, el espíritu agonístico- se habría perdido."(174 )
"Reconciliación con la realidad significa superación (momentánea), o ignorancia de la realidad. Modorra y olvido. Sin embargo siempre hay límites. Implacables."(175) El límite estaría en la muerte. Pero los griegos han adorado "durante tres mil años la vida. Desde Homero hasta Elitis."(177) "Ninguna religión ha podido reconciliarlos  con la muerte....Sólo el ´´ahora`` tiene el valor de ´´siempre``." (179) "La consumación de la tragedia griega: amar la vida más de lo soportable."(180) "El pesimismo griego nace de la afirmación excesiva de la vida y no de su negación. De la incapacidad de reconciliarse con la finitud de la vida."(181) Continuando con la acertada metáfora de Dimou, la "sal de la grecidad" estaría ya en otro griego del siglo IV a. C., Epicuro: "La muerte es una quimera, pues cuando yo estoy, ella no está; y cuando ella está, yo no."   
"¿Encontrará alguna vez esta gente su rostro? O acaso sea la contradicción su verdadero rostro." (184) Pienso que, efectivamente, la identidad, el rostro, es siempre contradictorio. Si no, como dice el autor, nos convertiríamos en máscaras. Y aquí introduce la visión de la luz, firmemente unida a la de vida. "El rostro de Grecia....Pues tal vez fuera imposible contemplarlo completo. Te ofuscaría la luz. La ´´luz angelical y negra``."[3] (185) "La luz griega. Bocanada de aire y arma letal."(186) "Todo sombra áspera y luz esta tierra."(187) No he visto más acertada y conmovedora descripción de "lo griego" que la que Nikos Dimou nos propone aquí.
Si en un futuro se pudiera replantear la cuestión de los cimientos de otra "Europa" que la que sufrimos en este momento, Dimou sería un buen guía para trazar el camino. Pero yo también temo, como el autor, que los pensamientos que va desgrananando en una cadena de aforismos internamente enlazados entre sí, "las personas serias los encuentren frívolos y las más frívolas, serios". Con el lema délfico que el autor cita de "Conócete a tí mismo", Dimou quiere ayudar a sus compatriotas a ser mas racionales que emocionales. Ahora bien, no debemos olvidar que él también es griego y  que en su amor declarado por Grecia y por llegar a la verdad, sus argumentos pueden volverse en su contra y favorecer el desarrollo de sofismas que no están en la intención del autor. Es un riesgo, pero cualquier libro que abra un debate tan crucial como éste tiene que asumirlo.


                                Asunción Oliva Portolés. Diciembre 2012





[1] Obra citada, p. 93. A partir de ahora, citaré los aforismos señalando su número entre paréntesis.
[2] "Και το αλάτι της Ρωμιοσύνης θα χαθεί.".  
[3]  Y. Seferis, El "Zorzal" III en Poesía Completa, traducción de Pedro Bádenas de la Peña, Madrid, Alianza, 1986, pp. 186-188.