domingo, 8 de marzo de 2009

SIMONE DE BEAUVOIR: EL EXISTENCIALISMO Y LA SABIDURÍA POPULAR

LITERATURA Y METAFÍSICA


Yo leía mucho cuando tenía diecinueve años. Leía como sólo se lee a esa edad, con ingenuidad y con pasión. Abrir una novela era verdaderamente entrar en un mundo, un mundo concreto, temporal, poblado de figuras y de acontecimientos singulares; un tratado de filosofía me llevaba más allá de las apariencias terrenales hacia una serenidad de cielo intemporal. En uno y otro caso, recuerdo aún el asombro vertiginoso que se apoderaba de mí en el momento en que cerraba el libro. Después de haber pensado el universo a través de Spinoza o Kant, me preguntaba: “¿Cómo se puede ser tan fútil para escribir novelas?” Pero cuando dejaba a Julien Sorel o a Tess d´Uberville, me parecía vano perder el tiempo fabricando sistemas. ¿Dónde se situaba la verdad? ¿Sobre la tierra o en la eternidad? Me sentía desgarrada.
Pienso que todos los espíritus que son sensibles a la vez a las seducciones de la ficción y al rigor del pensamiento filosófico han conocido más o menos esta inquietud. Pero en fin, no hay sino una realidad; es en el seno del mundo donde pensamos el mundo. Si ciertos escritores han elegido retener exclusivamente uno de esos dos aspectos de nuestra condición, estableciendo así barreras entre la literatura y la filosofía, otros, por el contrario, desde hace tiempo, han buscado expresarla en su totalidad. El esfuerzo de conciliación actual al que asistimos hoy, continúa una larga tradición, responde a una profunda exigencia del espíritu. ¿Por qué pues suscita tanta desconfianza?
Hay que reconocer que las expresiones “novela metafísica”, “teatro de ideas” pueden despertar alguna inquietud. Ciertamente, una obra significa siempre algo: aun aquella que busca deliberadamente rechazar todo sentido, manifiesta ese rechazo. Pero los adversarios de la literatura filosófica se quejan con razón de que el significado de una novela o de una pieza de teatro no debe, como el de un poema, poder traducirse en conceptos abstractos: si no, ¿para qué construir un aparato ficticio alrededor de ideas que podemos expresar con más economía y claridad en un lenguaje directo? La novela sólo se justifica si es un modo de comunicación irreductible a cualquier otro. En tanto que el filósofo, el ensayista, dan al lector una reconstrucción intelectual de su experiencia, es esa experiencia misma, tal como se presenta antes de cualquier elucidación, lo que el novelista pretende restituir en un plano imaginario. En el mundo real, el sentido de un objeto no es un concepto captable por el puro entendimiento: es el objeto en tanto que se devela a nosotros en la relación global que sostenemos con él y que es acción, emoción, sentimiento.


BEAUVOIR, Simone de, El existencialismo y la filosofía popular, Buenos Aires, Ediciones Siglo Veinte, 1969, 125 pp., págs. 77-79

miércoles, 4 de marzo de 2009

JAVIER MUGUERZA: ÉTICA, DISENSO Y DERECHOS HUMANOS. EN CONVERSACIÓN CON ERNESTO GARZÓN VALDÉS

Comoquiera que sea, la dinámica de la vida social moderna parece haber discurrido por muy otros cauces que los prescritos, o soñados, por la ética kantiana. Y tanto la dogmática del derecho privado como la del derecho público desmentirán la construcción jurídica de Kant, según la cual la Política y el Derecho positivos se habrían de hallar subordinados a los imperativos morales del Derecho racional. Ahora bien, si por un lado los fundamentos morales del Derecho positivo no se dejaban ya configurar bajo la forma de la kantiana subordinación de este último al Derecho racional, lo cierto es que, por otro, tampoco era posible despacharlos o zafarse de ellos sin haber antes encontrado un sucedáneo del propio Derecho racional. Habermas cita el dictum del jurista alemán G. F. Puchta, quien, en el siglo pasado, aseguraba que la producción del Derecho no puede ser asunto en exclusiva del legislador político, dado que en ese caso el Estado no podría fundarse en el Derecho, esto es, no podría ser “Estado de Derecho" (...)


Es interesante tener en cuenta que a lo que aspira el disidente es que los demás lleguen a un consenso acorde con su disidencia. La situación final a la que se aspira es la del consenso. En este sentido, el disenso es una actitud transitoria enmarcada por dos consensos: el que se niega y el que se desea lograr. El disenso, a diferencia del consenso, no tiene aspiraciones de estabilidad. El disenso tiende a autoeliminarse creando las circunstancias en las que deja de ser necesario. Tiene, por ello, razón Frank cuando habla de la “inestabilidad básica” del disenso.
Sin embargo, de aquí no puede inferirse (como lo pone de manifiesto el caso b1) que el disenso constituya un remedio para “el” punto flaco de la teoría del consenso. Es obvio que consenso y disenso se diferencian por la nota de negación que este último contiene, pero lo importante no es la negación en sí sino lo que se niega. Para evitar caer en la situación anárquica en la que cada cual juega su juego y no acepta jugar el juego de los demás sólo en aras de una mayor diversidad, hay que determinar previamente cuáles son los juegos moralmente admisibles. Esta determinación no puede estar basada –como insiste con razón Muguerza- en argumentos proporcionados por una racionalidad puramente estratégica en el hecho mismo del consenso.


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Asegurar que cualquier derecho humano reivindicado o conquistado por un disidente quede abierto a su reivindicación o su disfrute por quienquiera que se halle en su misma o parecida situación en tanto que sujeto moral vendría a ser el cometido del que en otra parte he llamado principio de los vasos comunicantes, a cuyo cargo correría la nivelación de la estatura, la estatura moral, de los sujetos. Bajo la fórmula según la cual, moralmente hablando, “Nadie es menos que nadie” –para mí preferible a la de “Nadie es más que nadie”, que cabría repudiar como expresión de una actitud de resentimiento negadora de toda excelencia-, aquel principio, el principio de que “la subjetividad moral no admite grados”, pudiera ser erróneamente interpretado como un principio ontológico según el cual tan sólo nos es dado ser sujetos o no serlo. Pero evidentemente tal principio no es un registro de lo que hay, sino un principio normativo que nos dice que “los sujetos morales debieran hallarse todos a la par y reconocerse mutuamente como tales”, puesto que ningún sujeto podría cabalmente recabar para sí la condición de sujeto moral mientras otros no la posean.


MUGUERZA, Javier, Ética, disenso y derechos humanos. En conversación con Ernesto Garzón Valdés, Madrid, Argés, 1998, ISBN: 84-923190-2-X, 155 pp., págs.: 48-49


Entrevista a Javier Muguerza - YouTube

www.youtube.com/watch?v=FWPWQmn_n8E
Oct 5, 2012 - Uploaded by CanalULL
El filósofo Javier Muguerza volvió a la Universidad de La Laguna. Y lo ha hecho de manos de la cátedra cultural ...


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UNIVERSIDAD INTERNACIONAL MENÉNDEZ PELAYO

El catedrático de Ética Javier Muguerza asegura que “los medios de comunicación han tratado la tragedia de Barajas con total respeto y dignidad”
Publicado
por
Gabinete de Comunicación
el Agosto 27, 2008
en Notas de Prensa
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Santander, 27 de agosto de 2008.- El Catedrático emérito de Ética de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), Javier Muguerza, ha asegurado hoy en Santander que “los medios de comunicación han tratado la tragedia de Barajas con total respeto y dignidad”, pero advirtió que “deben insistir en que se castigue la labor de estas compañías”.
En este sentido, añadió que “una catástrofe como la que acaba de ocurrir no puede pasar sin eco” ya que “sería una injusticia para las víctimas y para toda la sociedad española”. Además, resaltó que “es bueno que destape cómo compañías como Spanair y muchas otras juegan con la vida y la seguridad de pasajeros y trabajadores continuamente”.
Así lo señaló antes de participar en el Ciclo de Conferencias ‘Historia de la Universidad Internacional de Verano en Santander (1932-1936)’, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), donde resaltó la figura del filósofo español José Gaos, último secretario general en 1936 de esta institución académica.
“Gaos lo que menos esperaba era tener que cerrar la universidad con el rector Blas Cabrera al poco de estrenarse en el puesto”, manifestó el catedrático, quien consideró “una vergüenza” que a un español como Gaos, “que escribió miles de páginas y es muy reconocido en todo Latinoamérica, se le desconozca por completo en su tierra”
Asimismo, explicó que tras estallar la Guerra Civil española en julio de 1936 Gaos se vio obligado a sacar a sus estudiantes de Santander, ya que los sublevados habían alcanzado la ciudad, pero en un asalto al barco en el que huían por parte de una “turba de incontrolados” acabaron muriendo muchos alumnos. Suceso que “produjo en Gaos una profunda amargura de la que nunca pudo recuperarse”.
Muguerza señaló que el discípulo de José Ortega y Gasset “acabó siendo muy crítico con el pensamiento de su maestro” y que exiliado en México “hizo un enorme esfuerzo modernizador de la filosofía y la lengua española, traduciendo los libros de grandes autores como Heidegger o Max Scheler”.
Además, aseveró que gracias a hombres como Gaos “hoy en día la filosofía que se hace en España es sólo un capítulo de la que se hace en América” y, según el filósofo, “España es la provincia europea de Latinoamérica”.
El también catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona destacó que el problema del siglo XX fue que “tuvimos una razón arrogante, ensoberbecida y demasiado segura de sí misma que derivó en tragedias como Auschwitz, el Gulag e Hiroshima y Nagasaki”, así que actualmente, según Muguerza, “preferimos la inanidad de una época donde los valores han quedado finiquitados y donde reina el escepticismo”.
Por último, Muguerza comentó que “debemos volver a apostar por las utopías” bajo una crítica del presente. De hecho, explicó que “la utopía no supone cerrar la historia” sino que es “una herramienta que nos ayuda a caminar hacia delante aunque nunca lleguemos al final del túnel” y que “cada día tendremos que reconquistar lo que un día ganamos”.




Javier Muguerza - Congreso Filosofía Bajo Palabra -UAM 2012 ...

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Javier MUGUERZA , ¿Descubrimiento, Invención y / o conquista?Tres Metáforas A propósito de los Derechos Humanos.





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ÉTICA Y DEMOCRACIA: Conferencia de Javier Muguerza: "Los rostros de la igualdad en la cultura democrática contemporánea"

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Javier Muguerza, Catedrático de Filosofía Moral de la Universidad Nacional a Distancia (UNED) presentó ayer en ...






Francisco Fernández Buey. Homenaje en el CSIC (2 de 5). Javier Muguerza

  • de Cems UPF
  • hace 1 semana
  •  6 reproducciones
Homenaje a Paco Fernández Buey- Ciencia y Tercera Cultura, dialogando con





FELIPE ALFAU: ENTRE DOS LUCES

Los campesinos andaluces creen, entre otras muchas cosas, que en alguna parte de España hay un extraño jardín donde no existen la noche ni el día. Lo que nadie sabe es si se ve cuando amanece el sol o cuando se pone. Lo llaman el jardín Entre dos Luces.
Un chiquillo sevillano se enteró de esto un día a través de una conversación que su padre estaba manteniendo con ciertos amigos en el patio de su casa.
Se pasó toda la tarde dándole vueltas a lo que había oído y, como es natural, le entró mucha curiosidad por ver aquel jardín. Cuando se fue a la cama, era incapaz de conciliar el sueño, obsesionado como estaba con aquella idea, así que decidió levantarse muy temprano al día siguiente y emprender un viaje por toda España hasta encontrar aquel lugar extraordinario donde nunca era de día ni de noche.
Poco antes de rayar el alba se levantó, se vistió con toda parsimonia y entró en el despacho de su padre. Sacó de una carpeta un mapa de España se puso a examinarlo atentamente, fijándose bien en todas las provincias y los puntitos que representaban las ciudades.
Las provincias en el mapa estaban pintadas de colores diferentes, y el chico eligió como las más adecuadas para su propósito las de color rosa, como perennemente bañadas por la luz del atardecer, y las amarillas que parecían siempre iluminadas por el sol naciente.
Dobló el mapa con todo cuidado y se lo metió en un bolsillo. Luego cogió un par de zapatos de repuesto, porque calculaba que tendría que andar mucho, y por último entró en la cocina, partió un trozo grande de pan y se preparó un buen bocadillo de salchicha. Una vez hechas todas estas previsiones, se puso en camino.
El sol estaba saliendo cuando dejó atrás el pueblo. Echó a andar por un hermoso camino bordeado de olivos. Se sentía muy feliz aquella mañana pensando que emprendía una gran aventura. El camino que había elegido no era de los más frecuentados, así que caminó durante mucho tiempo sin encontrarse absolutamente con nadie.
Alrededor de mediodía vislumbró a un anciano que estaba sentado junto a la cuneta y decidió dirigirse a él.
-Señor –le dijo, quitándose la boina-, ¿sería usted tan amable de decirme si voy por buen camino para llegar al jardín Entre dos Luces?
El hombre parecía tan viejo como el mismo mundo. Tenía la espalda encorvada y el rostro tan plagado de arrugas que no parecía quedar espacio ni chico ni grande para dibujar sobre él una nueva, por delgada que fuera.
-Otros chicos han pasado por aquí antes que tú y me han preguntado lo mismo –le contestó-, pero no hay un camino concreto para llegar a ese jardín. Solamente los elegidos pueden encontrarlo. Yo una vez lo vi, pero no puedo enseñarte por dónde se va. Lo que puedo, si quieres, es contarte la historia del jardín –continuó- y de cómo vino a darse el caso de que esté siempre a media luz.
-Me encantaría, señor, escuchar esa historia.
-Pues entonces, siéntate aquí conmigo, chico, y te la contaré. Creo que escucharla te puede ahorrar muchos pasos.
El muchacho obedeció de buen grado, porque estaba ya bastante cansado y además tenía hambre. Sacó su almuerzo y le ofreció al viejo la mitad.
Pero él sonrió, y al hacerlo dejó al descubierto sus encías desdentadas.
-No puedo comer de eso, chico. Pero no te preocupes, come tú, y entretanto yo te iré contando la historia.
Y mientras el muchacho comía el viejo habló así.

-Había una vez un jardín como todos los demás, sólo que muchísimo más bonito. Cuando era de día, era de día, y cuando era de noche, era de noche, igual que en todas partes. Esto pasó hace mucho tiempo. Sería yo entonces un muchacho más o menos de tu edad.
Y el chico, al oír aquello, pensó que, efectivamente, debía haber ocurrido hacía muchísimo tiempo.
-Por aquel entonces –siguió el viejo-, vivía también una señora muy importante y poderosa. En su visita diaria a la tierra, la limpiaba y traía a sus moradores energía, contento y trabajo, infundiendo en sus corazones esperanza y comprensión. Cubría la tierra con su infinito manto de luz y en su falda, adornada con todas las flores y perfumada con todos los aromas del mundo, ostentaba la más rica gama de colores de la naturaleza.
“Esta señora era muy dulce y hermosa. Mantenía con todos los hombres y países un trato de inalterable equidad. Por entonces todos los días eran iguales, todos uniformemente hermosos. Ella se detenía el mismo espacio de tiempo en un sitio que en otro, y a todos los hombres les concedía el mismo industrioso afán, y les permitía disfrutar por igual del fruto de su labor, aportándoles idéntica ración de alegría y de ánimo. Era la Señora del Día.
“Había también un señor muy influyente y poderoso. Descendía siempre al mundo de la mano de la noche. Su amplio y oscuro manto, con el cual arropaba al mundo, estaba tachonado de infinitas estrellas diamantinas. Traía a los hombres descanso y paz, sosiego y alivio. Y también les regalaba sueños. Mientras dormían, él les iba contando cuentos maravillosos de otras tierras. Colmaba en su imaginación las respectivas añoranzas padecidas a lo largo del día.
“Lo mismo que la Señora del Día, este hombre era sumamente atractivo y amable. Para él todos los pueblos y personas eran iguales. En aquel tiempo, pues, las noches discurrían indistintas y maravillosas. Porque él no hacía diferencias entre la duración de su visita a un sitio u otro, y repartía también a partes iguales una sensación de placentera modorra y de bien merecido descanso. Arrastraba a todos los seres humanos dentro del sueño hacia distintos mundos de portentosa fantasía y por doquier derramaba un silencio sin límites. Era el Señor de la Noche.
“Y, sin embargo, aquel señor y aquella señora no conocían la felicidad en sus propias vidas. Estaban locamente enamorados uno de otro, pero su sino los condenaba a estar siempre separados por la misma distancia, obligados a vivir perennemente en polos opuestos de la tierra.
“Ambos habían conocido aquel jardín que digo y ambos lo amaban. Era esplendorosamente bello de día y misteriosamente encantador de noche.
“Tenía además un eco muy bueno aquel lugar, así que el Señor de la Noche lo aprovechaba para dejarle mensajes a la Señora del Día; y el eco se los repetía a ella cuando llegaba. Y la Señora del Día, valiéndose del mismo sistema, también le mandaba al Señor de la Noche sus mensajes.
“Esto explica que los dos amantes quisieran prolongar cada vez más su estancia en el jardín, y que la noche y el día se hicieran allí cada vez más largos.
“Pero, a medida que iba pasando el tiempo, el Señor y la Señora se ponían cada vez más tristes, porque no podían soportar la idea de separarse. Una noche llegó él a tal grado de desesperación y desgarro que se echó a llorar amargamente, quejándose de su infortunio. Y aquella noche cayó sobre la tierra la primera tormenta. Todo el mundo estaba inquieto, nadie logró dormir bien y algunos tuvieron pesadillas.
“Cuando el enamorado volvió al jardín, le preguntó al eco:
“-Dime, oh eco, ¿qué mensaje ha dejado para mí la Señora del Día?
“Y el eco contestó:
“-Dice que no habéis nacido para vivir juntos. Que su pesadumbre es tan grande como la tuya, pero que no será ella quien intente forzar el destino. Que tu deber es el de acunar a los hombres y velar sus sueños, mientras que el suyo es de estimularlos a trabajar y vigilar su trabajo. Que no te empeñes en unirte a ella, porque eso significaría la muerte de ambos.
“Pero él estaba demasiado fuera de sí como para prestar atención a aquella advertencia.
“-Sea como quiera –exclamó- prefiero morirme a seguir viviendo en este infierno de perenne sufrir. Mañana por la noche la estaré esperando aquí.
“Y continuó su consabido viaje, volando en dirección Este.
“Al día siguiente, la Señora estaba muy preocupada, se sentía desgraciadísima, y la mañana se nubló. Y la gente, como apenas había pegado el ojo la noche anterior, andaba perezosa y sin ganas de trabajar. No les cundió nada el tiempo. Algunos dieron muestras de irritación, se enzarzaron en disputas, y todos en general tuvieron un mal día.
“Por la noche, cuando el Señor llegó a la última etapa de su viaje, las estrellas resplandecían más que nunca en su extenso manto, ondulado aún por los vientos de los Andes. Traía todavía por dentro de la nariz el aroma de las plantas y especias del Oriente. La oscuridad de las junglas indias había ennegrecido sus ojos, y en sus oídos permanecía un rugido de leones del Atlas.
“Dejó su manto colgado de las estrellas y bajó lentamente hasta el jardín.
“Era una noche llena de intriga y misterio. Unas sombras pavorosas parecían deslizarse por encima de la tierra. La atmósfera estaba cargada de inquietud y podían percibirse los pasos furtivos del tiempo al huir, porque era aquélla una noche de intenso silencio.
“El Señor la consumió sentado allí, con la cabeza inclinada, absorto en profundas cavilaciones, y a medida que la noche pasaba de largo junto a él, las sombras encogidas le decían adiós tristemente. Y cada una de ellas dejó caer sobre el jardín una lágrima de rocío.
“De pronto una luz apareció en el horizonte, y el Señor de la Noche se levantó a mirarla de frente. La luz se iba adensando, y las estrellas empezaron a palidecer sobre su pecho.
“La Señora del Día se estaba aproximando. Llegaba para traerle el amor y la muerte. Se apresuraba para sacarle ventaja al día, pero en el momento en que penetró las últimas sombras de la noche, la vida la abandonó y lo que el Señor estrechó entre sus brazos no fue ya más que su alma.
“El sol se elevaba como un dios omnipotente, y uno de sus rayos vino a clavarse en el corazón del Señor de la Noche como una flecha mortal.
“Desde entonces las almas de ambos enamorados vagan por el jardín, y de la unión de luz y oscuridad ha surgido el ocaso.
“También desde entonces, tanto el día como la noche unas veces transcurren bien y otras mal. Hay gente que a ratos trabaja y otros pierden miserablemente el tiempo; gente que tiene buenos sueños, pero también a veces pesadillas. Porque el Señor y la Señora ya no están allí para vigilar la marcha de la noche ni el desarrollo del día…
Cuando el viejo acabó de hablar, el chico se puso de pie y dijo:
-Gracias, señor. Me ha encantado su cuento. Ahora ya estoy en buen camino para encontrar el jardín.
Pero el viejo le interrumpió diciendo:
-Espera un momento, muchacho. Ese cuento es una leyenda, el jardín es un símbolo y no es de los que se encuentran buscándolo, sino esperando por él. Es él quien viene a visitarnos, el que nos trae romanticismo y paz. Pero sólo a los elegidos les está reservado el privilegio de reconocerlo. A los de tu edad, cuando en el alba de la vida buscáis la aventura, a los de la mía, cuando en el ocaso de la vida buscamos la paz.
El chico lo entendió y se volvió a Sevilla.
Cuando estaba acercándose a la ciudad, el sol iba ya muy bajo. Vio las hermosas vegas, los suaves contornos aterciopelados de los cerros, primero verdes, luego rosa y por fin azulados. Avistó las primeras casas de la ciudad, unas modernas y de reciente construcción, con sus blancas paredes y sus tejados rojos, otras edificadas antaño por los moros.
Delante de una casa, un hombre joven tocaba la guitarra, sin apartar los ojos de la ventana de enfrente, llena de geranios.
El chico contempló todo aquello y fue como si entendiera de pronto algo que nunca antes había comprendido. El corazón le dio un brinco de alegría y se sintió muy feliz. Porque en toda aquella belleza que le rodeaba, en aquella paz, en aquella región española de incomparable hermosura que vive la vida como una novela, había reconocido, había reconocido al fin, entre la oscuridad del pasado y el resplandor del futuro, el jardín Entre dos Luces.

ALFAU, Felipe, Cuentos españoles de antaño, Martín Gaite, Carmen (pr. y tr.), Madrid, Ediciones Siruela, 1991, ISBN: 84-7844-401-7, 140 pp., págs.: 19-27.

MARCO AURELIO: SOLILOQUIOS

No malogres el tiempo de vida que te queda en averiguar vidas ajenas, a no ser que lo hagas con la mira de servir al público; quiero decir que no revuelvas en tu imaginación qué hace Fulano y por qué lo hace; qué dice, qué piensa, qué maquina y otras cosas a este modo, “porque la curiosidad de los hechos ajenos” distrae a uno del cultivo y cuidado de su mismo espíritu.

(…)

Nunca necesites de juramento ni de testigo alguno “para ser creído”. A más de esto, mantén un semblante placentero, “indicio de un ánimo” que no necesita de ministerio exterior, ni de que otros le procuren su tranquilidad interior; es necesario, pues, que te mantengas sobre ti, no necesitando de otro apoyo.
Si en el transcurso de la vida hallares algo más recomendable que la justicia, la verdad, la moderación, la fortaleza, y, para decirlo de una vez, de mayor aprecio que aquella disposición de ánimo “en fuerza de la cual” uno se conforma gustoso con la recta razón en la práctica de sus acciones, y se contenta con las disposiciones del hado, que no dependen de su elección; si algo, digo, hubieres visto de mejor condición, abrazándolo con toda su alma, goza enhorabuena de ese mayor bien. Pero si nada se te presentare más excelente que ese tu “espíritu” o “numen” en tu pecho consagrado, que es el que tiene a raya sus propios apetitos; que examina los pensamientos que se ofrecen a la fantasía; que se desprende de los halagos de los sentidos, como Sócrates solía decir; que se sujeta asimismo a los dioses y que tiene cuenta con el bien del prójimo; si hallares, pues, que toda otra cosa es mucho menor de menos valor que ese tu espíritu, no quieras dar cabida a otro bien alguno, al cual, si una vez te rindieres, ya no podrás después, sin mucha repugnancia y contradicción, dar el primer lugar a aquel otro, que es propiamente tu bien. Y en realidad de verdad, no es conforme a justicia y razón que ningún otro género de bien, como es el aplauso popular, el mando, la riqueza, el deleite, se atreva a disputar cara a cara el primer lugar contra el bien honesto, propio de la razón y sociedad, bien entendido que si no juzgare deber condescender en algo, por poco que sea, con cualquiera de estos bienes, ellos, de repente, enseñoreados de su corazón, lo arrastrarán tras sí. Digo, pues, que escogiendo tú de buena fe y generosamente lo mejor, te afirme en ello. Y, sin duda, lo mejor es lo más útil, y en que deberás mantenerte si te conduce como a racional, y huir si como a dominado del apetito; y, sobre todo, procura conservar un juicio recto y libre de preocupaciones, para con toda seguridad puedas hacer un examen verdadero.
Jamás califiques de útil para ti mismo lo que tal vez pueda empeñarte en faltar a tu palabra; en desestimar la modestia; en aborrecer a otro; tenerle por sospechoso; en abominar de él; en mostrarte doble; finalmente, en apasionarte por alguna cosa de las que no pueden hacerse sino a puertas cerradas y tiradas las cortinas.



MORALISTAS GRIEGOS: MARCO AURELIO, TEOFRASTO, EPICTERO, CEBES, Madrid, Aguilar, 1945, Col. Crisol, nº. 103, 563 pp., págs.: 100 y 103-105.