Inanna
Como la flor madura del magnolio
era alta y feliz. En el principio
sólo Ella existía. Húmeda y dulce, blanca,
se amaba en la sombría
saliva de las algas,
en los senos vallado de las trufas,
en los pubis suaves de los mirlos.
Dormía en las avenas
sobre lechos de estambres
y sus labios de abeja
entreabrían las vulvas
doradas de los lotos.
Acariciaba toda
la luz de las adelfas
y en los saurios azules
se bebía la savia
gloriosa de la luna.
Se abarcaba en los muslos
fragantes de los cedros
y pulsaba sus poros con el polen
indemne de las larvas.
¡Gloria y loor a Ella,
a su útero vivo de pistilos,
a su orquídea feraz y a su cintura.
Reverbere su gozo
en uvas y en estrellas,
en palomas y espigas,
porque es hermosa y grande,
oh la magnolia blanca. Sola!
El gozo
Porque soy como ella me ha besado y me ha dicho:
Estás limpia, no temas. Ahora el mundo
no será más tan frío. Mira sólo mis ojos
cuando te alcance el miedo.
Toma entero este gozo
que es el tuyo y el mío.
La sal de las historias ni siquiera
podrá rozar tu nombre, María, ni el deseo.
Saciada por saciada, cuánta dicha
se entregará a tu pie. Mi dueña mía.
CASTRO, Juana, Vulva dorada y lotos, Madrid, Sabina Editorial, S.L., 2009, ISBN: 978-84-936378-9-7, 89 pp., págs.: 11-12 y 67.
sábado, 12 de diciembre de 2009
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